miércoles, febrero 01, 2006

LO QUE NATURA NON DA…MARKETING MENOS PRESTA!

Dios sabe, querido duende, que el tema que me convoca lo vengo barruntando desde hace tiempo, mucho. [1]
Pero quien sabe porqué motivo no había encontrado suficiente motivación para compartir mis elucubraciones…quizá fuera el convencimiento de que a casi nadie podían interesarle, quizá la certeza que no se publicarían, el hecho es que han estado siempre “in pectore” o “in mente retenta”.
Pero tu ofreces un ámbito de libertad, duende, y recentísimos acontecimientos, me han convencido de intentar esta vía, quizá no sea yo el único con estas preocupaciones.
Siempre ha sido muy atractivo el tema de encontrar nuevos valores antes desconocidos en un ámbito cultural determinado. En música en Argentina tenemos (conocida o no) una dilatada tradición en este ámbito. El primer gran triunfo en un teatro lírico de primerísimo línea lo tuvo Monserrat Caballé en nuestro Colón en 1965 cuando cantó maravillosamente la Liu de la inolvidable Turandot de Birgit Nilsson y Fernando Previtali. Vladimir Bakk apuntó como uno de las mas extraordinarias promesas de su generación luego de sus conciertos en el Gran Rex, Pinchas Zukermann era una promesa cuando nos deslumbró en el Colón, etc.
Yo recuerdo de mis años de inocencia musical en la década del 60 la ilusión con que ibamos a escuchar a alguien que debutaba. Podíamos ser los primeros en descubrir a un grande! Por eso sigo escuchando con interés cada vez que se anuncia la aparición de una nueva luminaria en el mundo musical…Hoy quiero registrar dos casos. Uno la triste confirmación de casi una regla…el otro la puerta abierta hacia la esperanza, la confirmación y explicación del título de esta nota.
Horacio Lavandera ha tomado por asalto el mundillo musical porteño. Yo conozco dos discos (la impresión del primero desvastadoramente confirmada por el otro), y, por cierto, no pude sustraerme al entramado cuidadosamente diseñado por su “marketing”. Me llamó la atención.
Su propio aspecto exterior suscita comentario. Largo pelo lacio inmaculadamente cuidado por empeñosos especialistas, un look “neo lisztiano” que no desdeña algún estudiado “tick” de acomodamiento de esa mata prístina con una mano rebelde, una actitud felina para sentarse al piano, desplazarse, posar para fotos. Me recuerda el (diferente) atuendo de Lang Lang, pero orientado a lograr parecido efecto. Lejos de tal diseño los indiferentes trajes formales de los Backhaus, Schnabel, Gieseking, Serkin, si queremos encontrar algún precedente para tal actitud, debemos buscarlo en los Liberace, Malckuzinsky, o el Príncipe Kalender.
Por supuesto que tales reacciones mías frente a ciertas actitudes y mensajes corporales deberían desecharse (y yo lo haría gustoso) si el sr. Lavandera me hiciera olvidar cuando toca esas peculiaridades de presentación buscadas por quienes manejan su imagen…pero lamentablemente cuando lo escucho, siempre llego a la conclusión que es preferible verlo.
Si un pianista encara un programa compuesto por la partita para el fratello diletissimo, las piezas del op. 118 de Brahms y la "Apassionata", y lo plasma en un CD comercial, sabe o debe saber que confronta con los mas grandes pianistas del pasado, y los mas destacados contemporáneos a él mismo.
Cuando una persona compara lo hace para apreciar la grandeza de los otros. Luego, establecido el “ranking” personal que uno otorga al escuchado, las comparaciones son una forma útil de descripción. Es mas sencillo decirle a otra persona que el “tempo” de Mravinsky para el primer movimiento de la "Eroica" es casi igual al de Toscanini en su RCA de 1949 que decir que es tanto o cuanto para la negra. Si se trata de pianistas, es relevante que podamos decir si Ives Nat tocando Beethoven (por tomar cualquier caso) se parece mas a Arrau que a Schnabel, o viceversa.
No hay perversidad en tal confronte, hay, a mi criterio, una inevitable utilización de la información que cada uno posee para transmitir la impresión siempre en alguna medida subjetiva que produce un artista. Personalmente aprecio en sumo grado los grandes esfuerzos que hizo un Holcman para tratar de ser objetivo en sus evaluaciónes de pianistas, pero lo difícil que aún hoy resultaría poner en práctica su método resulta a la vez un homenaje a la grandeza de su búsqueda, como una reflexión sobre la utilidad final de tan noble esfuerzo.
Cuando escucho Bach interpretado en piano trato de no pensar en los grandes tecladistas que no usaron ese medio, y me concentro en quienes se expresaron a través de él. Para ser burdo, no pienso (u oigo) en función de Landowska, Leonhardt, Tureck, Walcha, sino en Serkin, Schnabel, Gieseking, Backhaus, Fischer, Yudina, Grimberg, etc.
En todos ellos encuentro digitación inmaculada (o tanto interés en su mensaje que la mera discusión de la digitación se vuelve intrascendente), fraseo sencillo, noble, bellísimo sonido, que es, además, peculiar e inconfundible para cada uno de ellos.
¿Qué impresión me da el sr. Lavandera en este Bach? pues que ejecuta una lección aprehendida, pero no incorporada aún a su intelecto, no plasmada todavía en elaboración personal. Lo encuentro contenido, buscando desesperadamente no cometer ningún exceso. No lo hace, pero a costa de ser metronómico, sin vuelo.
Luego las páginas del op. 118 de Brahms. Seguramente algo de la música mas sublime jamás escrita para piano, de una profundidad inusitada aún para el propio Johannes, quien concientemente o no destiló en ellas la angustia y melancolía acumuladas durante su vida.
Pocos, muy pocos pianistas han hecho justicia a esos microcosmos brahmsianos, tan subjetivos, tan universales. Se me ocurren el Backhaus del 30 y de sus últimos años, con su sonido prototípicamente masculino, su desborde emocional, su técnica maravillosa, su sonido monumental; el Gieseking maduro, Kempff, Katchen, la sorprendente, inesperada Lily Krauss de sus Rarissima son de los pocos que han trasmitido esa desesperación apenas contenida por el intelecto, esa conciencia de que ya nada puede ser, de que ya pasó todo, que sólo queda esperar dignamente la muerte.
Lavandera encara esas piezas cambiando el color de su piano respecto del Bach. Bien, como idea, pero ¿cómo logra ese resultado? 1) golpea el instrumento mucho mas violentamente que en Bach 2) liga casi siempre con el pedal, no con su mecanismo 3) como rango dinámico, toca casi todo mezzoforte a fff.
Lavandera luego de susurrar Bach parece convencido que debe tocar Brahms de forma diferente, entonces golpea el teclado sin mucha discriminación. Así consigue algunos fff, pero a costa de ensuciar el discurso, a lo que contribuye el abuso del pedal que he anotado mas arriba.
Han visto tocar a Horowitz? Consigue sus más gigantescos sonidos tocando en una posición corporal muy erguida, con las manos muy cerca del teclado, y sin golpearlo. Han visto a Horzowski con mas de 90 años cambiando la posición de sus antebrazos y con ello el color y el volumen de su toque?, a Oscar Levant en alguna película de los 50 tocando el Concierto en fa de Gershwin y produciendo enormes fortísimos cambiando el ángulo de sus hombros…? Lavandera simplemente golpea con mas fuerza. Eso nos convence de que no conoce profundamente la técnica de ejecución, o de que no le interesa aplicarla, entonces distorsiona.
Desde el punto de vista meramente musical no encuentro cosas que merezcan ser resaltadas. Simplemente Lavandera parece totalmente excedido. No diferencia el universo (lo llame con toda intención mas arriba el “microcosmos”) de cada pieza, toca igual el nº 6 del op. 118 que el resto de sus partes, esta a años luz de demostrar comprender espiritualmente el mensaje brahmsiano o de identificarse con él. Uno se pregunta ¿para qué toca esto Horacio?, y frente a la respuesta que sería obvia “porque lo ama”, tenemos en la punta de la lengua objetar como hace muchos años lo hizo con toda su sabiduría Pierre Monteux cuando le respondieron precisamente eso a su pregunta ¿porqué eligió debutar con la “Obertura Trágica”? «amigo, justamente por eso, uno debe cuidar lo que ama, y no destruirlo»
¿Y la Apassionata? El caso me parece todavía mas grave, si se quiere. Están presentes todos los “ticks” que señalé. Confundir pasión con tocar fuerte, confundir fff con golpear el piano, ligar con los pedales, creer que tocar con expresión es rubatear sin control, pero a ese repertorio se le pueden agregar otros pecados: tomemos como ejemplo el comienzo del andante. Todos los acentos que hace Lavandera los aplica donde no figuran en la partitura, altera sin control el “tempo” hasta el punto que afirmo enfáticamente que en los 20 primeros compases no se establece tempo alguno, Lavandera no parece tener “tempo interno”, ni control sobre su legato, que lo hace fluctuar alargando esta frase, cortado arbitrariamente la otra…ensuciando su pianismo cuando pasa el mezzo forte…no parece necesario recurrir a ninguna comparación, pero no resistimos mencionar el equilibrio olímpico de Sviatoslav Richter, artista emotivo si los hay, que amaba los extremos y (en contra de la leyenda) muchas veces tomaba riesgos casi desmedidos (han escuchado su Fantasia de Schumann del debut en Nueva York??). No solo tenemos en Richter un respeto absoluto por la letra escrita, sino que somos gratificados por escuchar un volumen monstruoso totalmente controlado, un prestíssimo final que parece inhumano por su extremo, gloriosamente concretado por un artista que entregaba todo…
A esta altura, y si es que algún lector me acompañó hasta aquí, cualquiera podría preguntarse ¿por qué este comentario Prospero? Como reacción de un oyente común a un aparato publicitario mentiroso. De Lavandera se dice todo, lo que Lavandera no es. Se dice que es excepcional. No es cierto, es un pianista de su edad con todos los pecados habituales en esa etapa de desarrollo, del que solo habría que preocuparse porque continuara sus estudios con maestros idóneos. El aparato publicitario ha enfatizado su afinidad con músicos contemporáneos como una de sus mas preciadas virtudes. Se insiste en que Stockhaussen, que su Berg, que su Schoenberg…
Alguna vez, amigos míos, ustedes supieron que Toscanini, Klemperer, Furtwaengler, Monteux, Munch, Backhaus, Schnabel, Serkin, Heifetz, Milnstein y tantos mas hicieran una cuestión de prestigio del hecho que ejecutaran obras de Puccini, Mascagni, Leoncavallo, Sibelius, Stravinski, Elgar, Mahler, Wagner, Bruckner, Bruch, Shostakovitch, Prokofieff, Catalani, Verdi, Reger y tantos otros compositores que eran sus contemporáneos????? Que diferencia la pretendida comprensión de Lavandera por alguna obra contemporánea con la de Ansermet, Klemperer o Toscanini por la 4ª sinfonía de Sibelius que ellos ejecutaron cuando el compositor estaba vivo, y la tinta de su manuscrito no se había secado?? Tampoco esto tiene nada de excepcional, entonces, quizá fuera mas raro que Lavandera amara Rameau, pero comprender (si acaso) la música de su tiempo…
Estas marcaciones son reacciones espontáneas generadas (reitero) por un aparato publicitario para nada aceitado, pero existente, tolerado, patrocinado por el mas anquilosado establishment musical argentino, capaz de cometer errores tan groseros como redactar en ingles los comentarios de sus CD y llamar a Bach, Beethoven y Brahms las «Three B’s» queriendo referirse, seguramente, a «The Three B’s», expresión con la que se menciona a tales genios en la lengua de Shakespeare, como se los identificó (o se quiso hacerlo) en el CD, tanto daría que se hubieran referido a Bellini, Bruckner y Bruch…quizá eso es lo que quisieron hacer, después de todo…
Después de esto que no es fácil de escribir, aunque si totalmente personal y sincero, pasaré al otro aspecto del que escribí al principio…la puerta abierta, el aire fresco…voy a hablar de...ya te enterarás...

1) Serás tu oh Duende! el primer ámbito donde se recuerde y homenajee en Argentina a la memoria de la mas grande soprano de la segunda mitad del siglo XX que prefería al Colón entre todos los teatros del mundo y que reconocía que el Argentino como “su público”? QUE INGRATOS QUE SOMOS! QUE IGNORANTES!

Birgit

Los que nos apretábamos contra las barandas de paraíso parado esperábamos con la impaciencia casi insoportable que se reserva para las grandes ocasiones. En realidad todo el teatro compartía esa atmósfera eléctrica que hace que prácticamente nadie pueda estar quieto, y que nos hacía sentir mas ansiosos que de costumbre. Éramos muy jóvenes entonces, mediados de la década del sesenta, en la vida y en la música, y si bien adoptábamos la pose de presuntos entendidos (“no será para tanto, no debe estar igual”, etc.), no podíamos menos que envidiar a los que ya la habían escuchado (en el propio Colón o en cualquier otro teatro del mundo), y nos miraban con sorna, casi con pena “no tienen ni pueden tener ninguna idea de lo que es en vivo”.
“Tonterías” decíamos en público, con la soberbia de la juventud, no es acaso que hemos escuchado sus grabaciones, algunas tan notables como esa Decca de sonido milagroso, ¿qué gran diferencia podía haber?
«Turandot» no es solamente la obra maestra de Puccini. Es también una de las piezas líricas en las que mas tiempo hay que esperar a la protagonista. Ya se produjo un movimiento en la Sala (tan grande era la ansiedad) cuando ella (invisible desde el paraíso) apareció en la torre desde la que, muda, sellaba con un gesto el destino del príncipe de Persia. “¿La viste, la viste?” ninguno en paraíso había podido, pero Dios! Ya había salido al escenario, entones estaba todo bien, iba a cantar, no había problemas…
La espera fue larga…y no es que la función fuera mediocre …Previtali dirigía maravillosamente, la estable tocaba como la Filarmónica de Viena (qué grande que era la orquesta estable de las décadas del 60/70!), Uzounov tenía mucho volumen, un poco burdo, pero comparado con el resto (a mi nunca me gustó Corelli), y por dios!, esa española…que increíble la Liu, que timbre, que volumen, que fiato, que pianissimos! Qué noche señores! El debut de Monserrat Caballé, su primer gran éxito internacional!
La escena de Ping Pang Pong nos resultó insoportable, todos esperábamos “In questa reggia”, y a mi personalmente esa escena (la primera del segundo acto) siempre me parece lo menos grande de Turandot (aunque si la cantan ciertas voces…, escúchenlo a Corena en la grabación de Erede)…, fue mas tolerable la espera durante el interludio orquestal que sigue (por Previtali, poderosísimo y majestuoso), el mandarín, Calaf y el anciano rey, el coro de niños…y FINALMENTE! Apareció ELLA, todavía muda, en el medio de la rampa que había en la escena…apenas entreabrió su boca cantó «In questa reggia…» y TODA LA SALA EMITIO UN SUSPIRO, UN GRITO RETENIDO DE ESTUPOR! Y A PARTIR DE ESE MOMENTO MAGICO, UNICO, IRREPETIBLE, NUESTRA VIDA MUSICAL CAMBIO PARA SIEMPRE…
Un amigo mió se aferró desesperadamente a mi brazo, totalmente superadas sus barreras inhibitorias, ignoró todos los códigos del teatro lírico que tanto respetábamos, me sacudió y casi gritó “NO PUEDE SER!”, algunos lo chistaron, había quebrado el sacrosanto silencio exigido a rajatabla, pero casi todo el resto se dio cuenta que el sólo había verbalizado lo que todos sentíamos…que no podía ser, que una garganta humana no podía producir un sonido tan bello, tan puro, tan poderoso, sin forzarse… y era la primera frase del aria!...lo que siguió, esta registrado, en fuentes de bastante calidad, no podría ni siquiera intentar ilustrar lo que era escuchar a Birgit Nilsson en teatro, escúchenla, y tendrán una idea, pero, créanme, aunque suene trillado, remanido, exagerado, sólo será una idea de su grandeza…Birgit no podía ser registrada sin defigurarla, conocerla en vivo fue descubrir hasta qué punto la “Salomé” de Decca la traicionaba (como ella solía decir), ese inmenso volumen no podía preservarse porque creo que los sistemas de registro de entonces no podían reproducirla debidamente, especialmente en confronte con otros colegas…librada a si misma, eclipsaba al Bjoerling del 60, a la Filarmónica de Viena de Culshaw (Solti se limitaba a batutear para mi), a todo y a todos…Birgit fue IDOLATRADA, y es justo que así fuera, en el Colón, y ella retribuyó esa adoración reconociendo que nuestro teatro y su público eran quienes mejor la apreciaban en todo el mundo…caravanas de autos la iban a buscar a Ezeiza, y la acompañaban cuando se iba, tuvo que cantar en el aeropuerto el grito de la Walkyria de Bruhnilda, frente a una multitud que la adoraba. No era una soprano, era una fuerza de la naturaleza, así como se decía de Toscanini, que era una de las raras anomalías que justificaba la existencia y perduración de la raza humana, los de la década del 60 podemos afirmar eso de Birgit, señora en escena y fuera de ella, que ha tenido la dignidad, el respeto, de morir en la mas absoluta intimidad y recato, al punto que el mundo se enteró varios días después.
Suerte que estas vos, duende…al menos yo, un argentino orgulloso de serlo, puedo hacer todo lo público que vos permitís mi homenaje, que se que es el muchos…porque la kritica argentina…NADIE HASTA HOY HA ESCRITO UNA PALABRA DE RECONOCIMIENTO, RECUERDO Y RESPETO PARA BIRGIT, una de las mas extraordinarias artistas que haya dado la humanidad, y que tuvimos la suerte que cantara en nuestro templo…perdónalos gran soprano, por supuesto que no saben lo que hacen…que sigan creyendo que hacen análisis y extensión musical, que sigan queriendo convencernos que no exististe, que sigan produciendo excreciones salivares por seudo cantantes que abordan hoy (irrespetuosas) tu repertorio, pero que deben vender para mantener a sus corifeos…el público, la gente común a la que les cambiaste la vida, y que son aquellos para quienes cantabas, nunca te olvidarán y cuando todas las estrellas actuales hayan desaparecido, vos y Kirsten Flagstad, y Frieda Leider seguirán dando cátedra de canto. Hasta siempre Birgit…hasta que ponga el próximo CD…te quiero mucho, vos me convenciste que lo imposible, es humano y esta al alcance de la mano.