sábado, octubre 11, 2008

Renovado interés y elevado nivel

Programa:
FRANCK, Preludio-coral y fuga ;

CHOPIN, Selección de Estudios ;
LISZT, Rapsodias húngaras 11 y 13;

RACHMANINOV, Selección de Preludios.
ELSA PUPPULO, piano.
8 de octubre de 2008 en el Teatro Santa María.
Festival Chopiniana.


Desde su regreso de Europa, hace ya varios decenios, la carrera de Elsa Puppulo se ha consolidado con firmeza: solidificó sus medios, amplió el horizonte de su repertorio y creció musicalmente. Ha hecho nuevas giras al exterior y, a partir del Colón, ha tocado en salas capitalinas y de todo el país. Claro, no ha organizado ágapes para los críticos (que yo sepa), no se ha codeado con el poder de turno ni ha hecho alpinismo artístico, esto es trepar y trepar como se pueda. Ni tuvo el raro privilegio social de comer en televisión con una conocida septuagenaria conductora.
A una reconocida instrumentista que, por ejemplo, ha tocado el difícil integral con orquesta de Rachmaninov, los Conciertos de Brahms, Liszt y Bartok, las Diabelli y las Goldberg, entre otras cosas, nunca la ha contratado el elitista Mozarteum, ni la Wagneriana, ni Amigos de la Música, ni Festivales Musicales ni otras hoy desaparecidas asociaciones musicales siempre reservadas a los amigos locales. Evidentemente, o Puppulo está mal representada, o no ha sabido coquetear con quienes disponen del poder para elaborar los planes musicales en este bendito país. O este poder, como cree este crítico, sencillamente está en manos de obtusos e ignorantes, o algo peor...
Por eso resultó edificante su participación en Chopiniana, un festival hecho a pulmón y sin demasiada publicidad. Que cada miércoles ofrece un recital en una sala pequeña; y que ha traído a muchos pianistas interesantes del exterior. El Preludio, coral y fuga de Franck explota recursos sonoros y tímbricos excepcionalmente difíciles y transita por el misticismo de su autor. Es una obra poco accesible al público pero enriquecedora desde donde se la contemple o escuche. Puppulo la vertió con sentido de unidad y calidez . Supo transitar comprensivamente por el desarrollo del Preludio, por el recogimiento del Coral con fraseo elevado y también plasmó con sencillez una fuga que, por reiterativa, suele ser aburrida si no se la camina en el tempo adecuado. Además, no se embelesó con su bello sonido sino que la transitó por el ascetismo.
No creo, a tenor de la frecuencia con que los ha tocado (incluyendo un pedagógico dvd) que a la pianista le cansen los siempre bellos Estudios de Chopin. Pero tampoco creo que a quien escribe le interese escuchárselos con tanta reiteración. Cuando un pianista repite hasta el hartazgo una obra se supone que es porque tiene cosas nuevas para decir. Me pregunto, en este caso, ¿cuáles han sido esas cosas? Personalmente, se los he escuchado mejor que en la oportunidad.
En cambio, las Rapsodias de Liszt son nuevas a su repertorio. Y, al margen de la excelencia instrumental puesta de manifiesto, se percibe de lejos cuando alguien investiga terrenos nuevos, con fruición expresiva y explorando ricamente todos los recovecos de la partitura. Fueron versiones ejemplares, tocadas libremente pero con estilo y clase, a las que -en el futuro- no les vendría mal algo menos de almíbar.
Rachmaninov es un autor que Puppulo conoce acabadamente y que domina a la perfección. Esta selección de Preludios, primer peldaño de un integral que se espera para el año próximo, es ardua para tocar y endiablada para interpretar. La pianista desbrozó las intrincadas partituras con maestría y dominio del lenguaje. El resultado entregó pequeñas joyas que el público premió largamente. De todas formas, por estar frecuentándolas por vez primera, estoy seguro que estas joyitas irán enriqueciéndose a medida que aumente la familiaridad de la Señora Puppulo con ellas, sus nuevas amigas. No juzgo, como casi siempre que las omito, las obras fuera de programa: los bises son regalos y a éstos “no se les cuentan las costillas”. Un recital muy alzado que añade otra gema a la corona de la mejor pianista argentina residente en el país.
Claudio von Foerster

viernes, octubre 10, 2008

Director insigne

ALBERT COATES (1882-1953) es, sin olvidar a Barbirolli, el más insigne intérprete inglés de música rusa. Claro que, geografías aparte, esto podría encontrar una explicación en el hecho de haber nacido en San Petersburgo de padre inglés y madre rusa, aunque meternos en cuestiones genético-musicales nos arrastre por laberintos tales como vincular las grandes interpretaciones wagnerianas de un italiano (Toscanini), las beethovenianas de un francés (Monteux), las francesas de un ruso (Khondrashin) y así ad finitum. El maravilloso arte de los sonidos no admite marcos limitativos, afortunadamente.
Coates estudió, desde pequeño, violín, cello y órgano además de composición con Rimsky. A los 12 fue enviado a formarse a Inglaterra, cursando cuatro años de ciencias en Liverpool. Volvió a Rusia a trabajar con su padre, pero pronto se volvió a tiempo completo a la música. Fue a Leipzig a estudiar piano, cello y composición y se ligó como cellista a la orquesta del Gewandhaus dirigida por el celebérrimo Nikisch, con quien aprovechó a estudiar dirección. Pronto (1904) pasó a ser su asistente. A partir de ese momento, recomendado por su maestro y mentor, pasó a trabajar en varios puestos, entre otros con Schuch y Bodanzky. De 1910 a 1918 fue titular de la Opera Imperial en su ciudad natal. Intimó con Scriabin y otros compositores de su tiempo y, pese a haber sido confirmado en su puesto por los bolcheviques, escapó en 1919 vía Finlandia, a causa de la hambruna que el régimen soñado originó en Rusia.
Volvió a Londres para hacerse cargo de la Sinfónica y allí desplegó sus talentos muchos años, inicialmente promovido por Beecham. Sus noches wagnerianas en el Covent Garden fueron legendarias. Se le permitió volver tres veces a la URSS, desde actividades en Berlín, Viena, Estocolmo, Rótterdam y otros famosos centros musicales europeos. Invitado a EEUU dirigió diversos conjuntos, aunque se lo recuerde más por su labor en Rochester. Su vida itinerante le hizo pasar la 2ª Guerra Mundial en ese país, pero retirarse en 1947 a Sud Africa, donde le halló la muerte.
Sus grabaciones son, fundamentalmente, del período de los discos de 78rpm ya que el advenimiento del vinilo lo encontró retirado. Todos sus discos son gemas del estilo (excepto, acaso, la Júpiter cuyo movimiento inicial es inusual y extrañamente rápido) y de perfección técnica. Destacan obviamente las placas del repertorio ruso y wagneriano. Se lo recuerda destacadamente por el 3er Concierto de Rachmaninov con Horowitz, por los fragmentos wagnerianos con los mejores cantantes del siglo en el repertorio y, finalmente, por obras de R. Strauss, Respighi, Strawinsky y Liszt.
Creemos enfáticamente que, en este tiempo en que pueden mejorarse tanto los viejos registros, se impone una reedición seria de su legado.

PAU (PABLO) CASALS


Reproducimos, para homenajear al padre del cello del siglo 20, el obituario publicado en la revista OBERTURA de Buenos Aires, prestigioso y hoy desaparecido medio, que por un decenio compartió con BUENOS AIRES MUSICAL el firmamento de las publicaciones especializadas de la Argentina, ambas nunca superadas. Esto que sigue es de 1973.


In memoriam 1876-1973

Aunque se busquen connotaciones musicales en la vida y obra del genial catalán que fuera Pablo Casals, precisamente porque la música fue la vía elegida para concretar una personalidad excelsa en virtudes y rica en amor al prójimo, no cabe duda que con el deceso de Pablo Casals se ha perdido para la humanidad una de las máximas expresiones que en el arte integral tuviera nuestro siglo. Fue el músico que nunca excluyó la tarea básica del ser humano: hacer felices a sus semejantes con los más puros medios de realización. Si hubieran de valorarse sus dimensiones a partir de la música, para llegar a la semblanza del hombre integrado a la comunidad, solamente cabría la comparación con Arturo Toscanini o con Albert Schweitzer.

Tarea tan sencilla como dolorosa resulta escribir una necrología de Casals, una de esas figuras que desearíamos fuesen inmortales. Porque importa muy poco discutir sus méritos como compositor de trascendencia: posiblemente no lo haya sido, aunque sus obras estuvieran siempre destinadas a llevar un mensaje de paz y amor y las mismas intrínsecamente tuvieran un endeble valor musical.
Lo que muy pocos podrían discutir es la coherencia que en toda su vida tuvo para con aquellos sistemas de gobierno que el primigenio vocabulario humano dio en llamar dictaduras. Comenzó su callada protesta en la actitud de negarse a visitar Rusia a partir de la revolución del 17, luego deploró la Italia fachista y la Alemania nazi para culminar (como insigne hijo de España) negándose a poner sus pies en suelo peninsular mientras permaneciera en el poder Franco [N.de la R.: los artistas le han dado portazos históricos a los dictadores a través del tiempo. Toscanini a Mussolini y Hitler, Hans Hotter y Juan José Castro a Perón, y muchos otros ejemplos...]. Si sus puntos de vista sobre política fueron o no discutibles poco interesa; lo que importa es la línea de conducta sin desviaciones que ostentó a lo largo de toda su vida y de la cual, exaltado o censurado, jamás se apartó.
Finalmente debe aludirse por fuerza a Casals como máximo exponente de la interpretación de violonchelo del cual se tenga memoria directa. Porque no dejan de aparecer como mitológicos Paganini así como Liszt, cada uno en su instrumento. Pero a ninguno de ellos se los puede escuchar hoy. En cambio, Casals ha dejado en la memoria, la retina (filmaciones) y el oído de quienes le frecuentaron (grabaciones que lo testifican) la innegable valía de su arte. Tuvo el mérito de ser uno de los primeros -sino el primero- en dar al violonchelo el lugar que merece ocupar en la escala de valoración de los instrumentos solistas. Además de hacerlo, posiblemente, como ninguno. Su absoluta capacidad le permitió lograr el llamado “inconfundible sonido Casals” y también hacer del arte musical una religión con escasas concesiones interpretativas, aún con extremas libertades, amén del permanente afán de perfección que estuvo presente en todas y cada una de sus versiones.
En este orden de ideas, la discografía ha sido generosa con Casals como él lo fuera con el genial invento del disco. Sus grabaciones en Prades y Perpignan, las suites de Bach que le pertenecen, las sonatas de Beethoven con Serkin, los registros con sus amigos Cortot y Thibaud y sus placas como inmarcesible director destacan como excepcionales.

Con la desaparición de Pablo Casals se ha ido un ser humano en niveles poco habituales. En esta postrera mención de su carrera poco importan elogios o críticas a determinados enfoques de su idea vital. Lo que quedará trascendentemente grabado a fuego en los anales de la humanidad es su devoción por la justicia y su enjundia como artista hasta hoy posiblemente inigualado.

arriba, el Maestro en soledad

Distintivo y distinguible

Programa:
Gabriel Fauré, 2 Nocturnos;
Ravel, Espejos; Chopin, 2 Baladas, 4 Mazurkas, Scherzo Nº2
DANG THAI SON , piano
17 de septiembre de 2008 en el Teatro Santa Maria, Festival Chopiniana

La presentación en Argentina de este pianista vietnamita repara su accidentada visita de 2007, en la que no pudo tocar a raíz de una imprevista enfermedad. Su presencia deja aristas de interés y puntos objetables.
Lo cierto es que este multi laureado instrumentista tiene la misma solvencia mecánica que usualmente, y casi sin excepciones, se les reconoce a los pianistas orientales de Fu T’song a nuestros días. Criterioso rango dinámico, buenos dedos, partes del recital exhibiendo claridad conceptual y un mundo sonoro-en general- atrayente. Pero poca individualidad.
Fauré parece haber caído en el olvido de los pianistas durante el último medio siglo, salvo algunos que han seguido ocupándose de pequeñas piezas sueltas; o especialistas en su obra integral. Su mundo autoral está pleno de sutilezas, insinuaciones y fantasía y es realmente un compositor difícil de tocar, aunque sus brevedades sugieran lo contrario.
Los Espejos (“Miroirs”) de Ravel están presentes en el repertorio pero, comúnmente, a través de algunos de sus números: a incontables versiones de Alborada del gracioso y Valle de las campanas se opone la virtual ausencia de las restantes piezas de la colección.
Dang Thai Son supo presentar a Fauré con la suma de inventiva y recursos sonoros; y a Ravel con vuelo y exquisitez sugerente. Sus tempi fueron arrojados y la música brotó entre sus dedos sin el mínimo trazo de dificultad.
Si el recital hubiese terminado allí, hubiese rayado la suprema excelencia. El problema es que hubo una segunda parte y que estuvo íntegramente dedicada a Chopin. Y sabido es que, entre muchos compositores difíciles como Mozart, Schubert o Schumann (por dar unos pocos ejemplos), la música de Chopin es tan difícil por lo que demanda que un intérprete haga como por lo que le pide que no haga. Es la indisciplina romántica con reglas, la libertad con respeto a la métrica, la sutileza sin renuncios ni blanduras, los ritmos exactos, amén de los requerimientos digitales. El pianista tocó las obras sin estar inmerso en ellas, las tocó sin interpretarlas, las tocó sin un sello personal y distinguible (¿alguien podría confundir a Rubinstein, Friedman, Brailowsky o Horowitz en Chopin?) : sin excesos pero con exageradas reservas, sin extralimitaciones pero con fronteras expresivas.
En fin, que en esta parte del repertorio, al menos en la oportunidad, fue poco interesante.

La pregunta a hacerse es común en el firmamento pianístico actual:
¿ podrá Dang Thai Son ser distintivo y distinguible alguna vez?, ¿o será uno más?

Grandes Damas del Piano I . 5 ¿La más grande pianista del Siglo XX?

Continuamos una serie que deseamos sea fascinante. Sin que el asunto transite por cuestiones de género, evocaremos las historias de muchas mujeres que se destacaron como pianistas en el siglo pasado. Todas diferentes, cada una de ellas con sus atractivos irán desfilando por estas líneas intérpretes muy conocidas y otras hoy completamente olvidadas. Confiamos en que nuestros lectores sentirán el deseo de ir a los archivos y escucharlas atentamente. Se verán recompensa

EILEEN JOYCE (1912-1991), hoy casi olvidada, nació en la lejana Tasmania. Su año de nacimiento es tentativo, porque habiendo nacido en condiciones de extrema pobreza, sus padres le manifestaron que habían perdido la noción del tiempo al registrar su venida al mundo.
Tras sortear los estudios primarios penosamente, porque no los podía pagar, hasta recibió lecciones de piano en un Convento en Perth, Australia. Tocó allí para Grainger, que le recomendó ir a estudiar a los Estados Unidos.
Esto no pudo concretarse, y cuando Wilhelm Backhaus (en una de sus giras australianas) sugirió que fuera enviada a Leipzig
para perfeccionarse, se creó finalmente una fundación que costeó su viaje. Estudió allí con Pauer, quien al enfermar no pudo seguir con las lecciones. Entonces, cuando estaba a punto de volverse a Oceanía, corta de fondos, el célebre Teichmüller se ofreció a instruirla sin cobrarle. Recién en ese instante tuvo a su disposición buena comida, vestidos dignos y posibilidades de estudiar.
La recomendación de Teichmüller a Albert Coates llevó al debut de JOYCE con Henry Wood en 1930, tocando el Tercer Concierto de Prokofiev. Allí comenzó a extenderse su carrera en Liverpool, Manchester y otras ciudades. En esos lejanos días adquirió un repertorio de cincuenta conciertos con orquesta. A veces tocaba hasta tres conciertos en la misma velada(como solían hacer Rubinstein, Gieseking y Weissenberg). Al parecer
estudió brevemente con Artur Schnabel.
Mandó un disco de demostración a Parlophone, donde quedaron paralizados por su destreza. Hasta 1940 tuvo un contrato con esa compañía, que posteriormente cambió por otra firma. Grabó finas ejecuciones, entre otras, de la Rapsodia Sinfónica de Turina, el Rondo KV386 de Mozart y el Concierto Op.35 de Shostakowitsch, obra que había estrenado en 1936. También grabó el Concierto de Ireland (entre sus dedos, interesante) y el de Grieg. Sus Variaciones Sinfónicas, con
Munch, deben ser las del mejor y más fino toque que jamás se hayan registrado, incluyendo a Gieseking.
Le gustaba muchísimo grabar discos, y a ello se dedicó en su corta carrera. Junto a Iturbi tocó en la gira de la Orquesta de Filadelfia por Londres en 1949. Viajó por América, Oceanía, Australia y Rusia y cerca de 1960 se retiró, agotada de tanto tocar.
Re emergió en 1967 para tocar una de sus especialidades, el Segundo de Rachmaninov (que había tocado en la película Breve Encuentro). Murió, ya retirada hacía mucho tiempo, en 1991 en Inglaterra, donde su figura ha resurgido en las reediciones, que han hecho que los nuevos melómanos conozcan su arte singular.
Tenía el más perfecto mecanismo que se recuerde en una dama, y su toque era alado, su pensamiento profundo y su elegancia proverbial.Su Fantasía Impromptu es una de las mayores que han llegado al disco; como grandes son sus grabaciones de Gnomenreigen, Waldesrauschen y La leggierezza.
En la grabación junto a Temianka y Sala, del Trío Op.32 de Arensky es genial. La primer Balada de Chopin la encuentro amanerada, pero la Tercera es magnífica; su primer disco, un difícil estudio de de Schlözer no puede ser siquiera alcanzado. Unas pocas Piezas Líricas de Grieg son idiomáticas, y su Balada de este autor, difícil serie de variaciones, es la que me gusta más de todas las que se grabaron, a pesar del tremendo renombre de la de Godowsky.

También hizo algunas grabaciones en clave (con Thurston Dart), muy curiosas y perfectas.
En su Mozart había frescura y vigor; el Scherzo de d’Albert (que grabó Wild) es espectacular y la Tocata de Debussy pocas veces ha sido tan bien interpretada. Muy interesante, por último, su registro de las Tres Danzas Fantásticas de Shostakowitsch.
Ha sido una estilista de pura raza y una instrumentista de la más elevada alcurnia. Eileen Joyce pasa a la gran historia de la interpretación musical, a pesar de su breve carrera, por dotes nunca alcanzadas por sus colegas y compañeras de ruta.