ALBERT COATES (1882-1953) es, sin olvidar a Barbirolli, el más insigne intérprete inglés de música rusa. Claro que, geografías aparte, esto podría encontrar una explicación en el hecho de haber nacido en San Petersburgo de padre inglés y madre rusa, aunque meternos en cuestiones genético-musicales nos arrastre por laberintos tales como vincular las grandes interpretaciones wagnerianas de un italiano (Toscanini), las beethovenianas de un francés (Monteux), las francesas de un ruso (Khondrashin) y así ad finitum. El maravilloso arte de los sonidos no admite marcos limitativos, afortunadamente.
Coates estudió, desde pequeño, violín, cello y órgano además de composición con Rimsky. A los 12 fue enviado a formarse a Inglaterra, cursando cuatro años de ciencias en Liverpool. Volvió a Rusia a trabajar con su padre, pero pronto se volvió a tiempo completo a la música. Fue a Leipzig a estudiar piano, cello y composición y se ligó como cellista a la orquesta del Gewandhaus dirigida por el celebérrimo Nikisch, con quien aprovechó a estudiar dirección. Pronto (1904) pasó a ser su asistente. A partir de ese momento, recomendado por su maestro y mentor, pasó a trabajar en varios puestos, entre otros con Schuch y Bodanzky. De 1910 a 1918 fue titular de la Opera Imperial en su ciudad natal. Intimó con Scriabin y otros compositores de su tiempo y, pese a haber sido confirmado en su puesto por los bolcheviques, escapó en 1919 vía Finlandia, a causa de la hambruna que el régimen soñado originó en Rusia.
Volvió a Londres para hacerse cargo de la Sinfónica y allí desplegó sus talentos muchos años, inicialmente promovido por Beecham. Sus noches wagnerianas en el Covent Garden fueron legendarias. Se le permitió volver tres veces a la URSS, desde actividades en Berlín, Viena, Estocolmo, Rótterdam y otros famosos centros musicales europeos. Invitado a EEUU dirigió diversos conjuntos, aunque se lo recuerde más por su labor en Rochester. Su vida itinerante le hizo pasar la 2ª Guerra Mundial en ese país, pero retirarse en 1947 a Sud Africa, donde le halló la muerte.
Sus grabaciones son, fundamentalmente, del período de los discos de 78rpm ya que el advenimiento del vinilo lo encontró retirado. Todos sus discos son gemas del estilo (excepto, acaso, la Júpiter cuyo movimiento inicial es inusual y extrañamente rápido) y de perfección técnica. Destacan obviamente las placas del repertorio ruso y wagneriano. Se lo recuerda destacadamente por el 3er Concierto de Rachmaninov con Horowitz, por los fragmentos wagnerianos con los mejores cantantes del siglo en el repertorio y, finalmente, por obras de R. Strauss, Respighi, Strawinsky y Liszt.
Creemos enfáticamente que, en este tiempo en que pueden mejorarse tanto los viejos registros, se impone una reedición seria de su legado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario