Una vez a la semana, en cualquier lugar culto del orbe, se escribe sobre el gran director. O se lo ataca acusándolo falsamente de filonazi; o se elogia su sonido, recreando un lugar común (como si fuera lo único importante de su legado); o se debaten sus ejecuciones, personalísimas para quienes las llaman ultra subjetivas, o definitivas para quienes gustan de expresarse siempre en superlativo.
Pablo Kohan escribió el pasado 17 de enero en LA NACION digital sobre esta figura de la música. Sus líneas, en mi criterio demasiado breves para poder expresarse con total veracidad y hondura, encontraron eco en algunos lectores.
Uno de ellos, seudonimizado como Catón (rememorando obviamente al gran censor romano) que a veces participa en "La Danse de Puck", aborda uno de los temas, el político, con brevedad pero sesudamente. Otro, con el apelativo de Crepitatio, escribió sus objeciones con un entusiasmo que le hizo correr la frontera del debate intelectual hacia el campo de calificativos personales hacia la figura del autor de la nota. Fue reportado (eufemismo para censurado) y reaccionó con una virulencia digna de mejor causa, pataleando contra quienes perciben un sueldo por escribir, como si hacerlo fuera ofensivo (es lo mismo que si calificáramos la gestión de Kohan en Radio Nacional porque cobra, como si estuviese obligado a hacerlo gratis); y contra LA NACION por ejercer la censura. Esta última nota de Crepitatio fue publicada hasta que alguien la reportó y fue retirada del público. Si bien Crepitatio debiera aceptar las reglas de juego cuando entra en un foro con derecho a censura, LA NACION debió --en nuestro modesto criterio-- mantener la nota, para demostrar hasta qué punto quienes critican con intolerancia a Furtwängler son atacados con intolerancia por quienes desean defenderlo errando el camino.
En fin, que nada nuevo hay bajo el sol: están quienes practican la intolerancia y son víctimas de la intolerancia: la propia, que quita valor a sus juicios y la ajena que los excomulga.
Claudio von Foerster