sábado, enero 12, 2008

Para abrir los ojos y la mente [Cap. 10]

"Un crítico que no opina es un contrasentido". Esta sencilla sentencia definió a el ideario del crítico musical más sapiente, versado e influyente del siglo XX en Argentina. Muchas de sus notas las agrupo en un libro [MUSICA EN BUENOS AIRES, Ed. Sudamericana], pero decenas más quedaron simplemente en lios periódicos de la época. Tenemos en nuestros archivos más de seiscientas de esas piezas doradas y publicaremos muchas de esas gemas de valor perenne. Creemos que, como tributo a tan importante personalidad, ha llegado el momento de volver a poner a la consideración pública aquellos trabajos, pruebas incontrovertibles de un estilo sin compromisos que hoy está extinguido; y con un bagaje de conocimientos (además de una pluma singular) que pertenecen a una era dorada.

TALENTO Y DESEQUILIBRIO
Daniel Barenboim, pianista Crítica escrita ca. 1959
Programa: Beethoven - Sonatas Nos. 27, 21 & 29


Al finalizar la primera parte del recital que Daniel Barenboim ofreció el jueves por la tarde en el Colón, escuché una de las más atinadas reflexiones que me ha sido dado percibir en una sala de concierto. Delante de mí caminaban dos damas que no conozco. Una de ellas dijo: "Tocó todas las notas que escribió Beethoven pero nada de su música". Era una radiografía perfecta de lo que Barenboim había hecho en la primera parte de su recital. Hubiera sido imposible definirlo mejor con menos palabras. La reflexión de la otra dama fue convencional pero peligrosa: "Hay que considerar que sólo tiene diecisiete años". Yo me quedé inmóvil esperando la respuesta. Sé, por dilatada experiencia, que contra ese argumento son muy pocos los que encuentra la respuesta adecuada. Pero la respuesta llegó. Era una perla. Lo destruyó con esta frase: "Sí, pero nosotros no tenemos la culpa de eso". De un golpe puso las cosas en su lugar. Porque la edad no tiene nada que ver con el arte. Se toca bien o se toca mal. Se entiende Beethoven o no se lo entiende. Independientemente de la edad, del sexo, de la estatura o de la nacionalidad. Desde esta columna rindo homenaje a esa dama desconocida.

Creo que después de la segunda parte del concierto, ese diálogo no hubiera podido desarrollarse con iguales palabras. Porque, justamente, enfrentando la obra más comprometida del programa y quizás una de las más difíciles que presenta todo el repertorio pianísitico, la Sonata Op. 106, Barenboim puso de manifiesto algo que yo estaba sospechando desde que lo escuché por primera vez en esta temporada: que tiene pasta. Si se desea emplear otro término, puede utilizarse : talento. Fue una versión a la que se pueden formular muchos reproches. Pero tuvo integridad, coherencia y sentido. Cualquier pianista que toque esa sonata con integridad, coherencia y sentido, es un músico digno de respeto.

Personalmente, no participo de la idea de muchos colegas que señalan la imprudencia de un hombre joven en aboradar las expresiones más complejas de la literatura de su instrumento. Todo el mundo tiene derecho a tocar lo que desee. Las sonatas de Beethoven o los conciertos de Brahms no tienen un cartelito con las consabidas palabras: "Inconvenientes para menores de dieciocho años". Cualquiera que se sienta con capacidad para hacerlo puede ejecutarla. Si no le resulta, la responsabilidad corre por su cuenta. De modo que, según mi opinión, no me compete señalar a Daniel Barenboim lo que debe o no debe tocar. Mi obligación es decir cómo toca.

Barenboim toca el piano bien. Su técnica es pasible de desarrollo y progreso. Debe prestar más atención al pedal. Y todavía, en los momentos más críticos, no tiene absoluto control sobre la igualdad de sonido. Pero está armado de un mecanismo que es bastante amplio como para permitirle expresarse musicalmente sin mayores dificultades.

En cambio, creo que no posee una precisa orientación estilística, y su musicalidad es más producto de un intenso y agudo temperamento antes que el resultado de una labor consciente, reflexiva y disciplinada. Eso explica que en el mismo concierto, y hasta en la misma obra, tenga aciertos evidentes de expresión y equilibrio unidos a errores musicales que, de persistir, pueden costarle su carrera. El jueves, por ejemplo, falseó todo el sentido de la sonata Op. 53, convirtiéndola en una expresión de la personalidad de Barenboim y no en una exhibición de la personalidad de Beethoven. Y en esta competencia lleva todas las de perder. En algunos momentos, hasta da la impresión de no haber leído bien lo que está escrito. En la "Hammerklavier", el concepto general no era muy profundo, pero había un concepto.

De acuerdo a lo antes expresado, entiendo que no es de mi incumbencia dar consejos o sugerencias, de las que Barenboim ha de recibir una buena cantidad diariamente. No tiene porqué creer que los míos son más atinados que otros. Pero si yo fuera una persona con crédito ante él, le diría: "Ud. es joven, tiene toda la vida por delante. La naturaleza y su propio esfuerzo le han permitido ya alcanzar algo que millones de personas bucean hasta el final de su vida sin conseguirlo. Pero ése es el primer paso. Le falta aún lo más difícil. Está en un momento especialmente delicado de su evolución espiritual. De cómo lo resuelva depende su futuro*. No de conciertos por cuatro o cinco años. El contacto con el público es tentador y fascinante, pero es peligroso porque no le da tiempo para pensar y madurar. Y Ud. necesita ambas cosas. Dedíquese a estudiar su piano y, sobre todo, estudie música. Intente develar el gran misterio. Y después, si la Providencia lo ha señalado, dedíquese humildemente a servir al arte, aunque sea ante el público." [*]

Pero como soy un crítico, no está en los límites de mi profesión el ser consejero o augur. En la actualidad, Daniel Barenboim ofrece aspectos interesantes como intérprete, pero no es un músico definido, ni un artista de gran calidad.
Jorge D'Urbano
ca. 1959

[*] La redacción quisiera dedicar el párrafo en negrita a todos aquellos jóvenes que hoy tienen diecisite años y transitan el árduo camino del arte y su interpretación.

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