sábado, enero 12, 2008

Para abrir los ojos y la mente [Cap. 9]

"Un crítico que no opina es un contrasentido". Esta sencilla sentencia definió el ideario del crítico musical más sapiente, versado e influyente del siglo XX en Argentina. Muchas de sus notas las agrupó en un libro [MUSICA EN BUENOS AIRES, Ed. Sudamericana], pero decenas más quedaron simplemente en los periódicos de la época. Tenemos en nuestros archivos más de seiscientas de estas piezas doradas y publicaremos muchas de estas gemas de valor perenne. Creemos que, como tributo a tan importante personalidad, ha llegado el momento de volver a poner a la consideración pública aquellos trabajos, pruebas incontrovertibles de un estilo sin compromisos que hoy está extinguido; y con un bagaje de conocimientos (además de una pluma singular) que pertenecen a una era dorada.

FASCINANTE, DEMOLEDORA e INCÓMODA
Cuarteto Budapest en el Mozarteum Argentino
Fecha no registrada en nuestros archivos

Para un crítico musical, Buenos Aires es una ciudad fascinante, demoledora e incómoda. Su encanto proviene de la cantidad de música que se puede escuchar. Su fatiga, de esa misma cantidad. Y su incomodidad, de la superposición de eventos. En ocasiones, la tarea más ingrata de un crítico es tener que elegir lo que va a escuchar. El lunes por la noche, por ejemplo, se inauguraba la temporada de conciertos de la Sinfónica Nacional dirigida por Víctor Tevah, y con una obra en el programa que, como la "Cantata para la América mágica" de Alberto Ginastera, es una atracción por sí misma. A la misma hora, en el Museo de Arte Decorativo, el Mozarteum Argentino realizaba su segundo concierto de la temporada (el primero fue en el Colón con la Sinfónica de Bamberg) presentando al Cuarteto Budapest, con un programa formado por obras de Mozart, de Ginastera y "La muerte y la doncella" de Schubert.

Mi elección fue el segundo concierto por una razón muy sencilla: no sé cuándo tendré oportunidad de escuchar nuevamente al Cuarteto Budapest una vez que se aleje de estas tierras. Por el contrario, sé que todos los lunes tendré oportunidad de escuchar a la Sinfónica Nacional en el Colón, a veces para mi alegría, a veces para mi desconsuelo.

Escuchar al Budapest en el salón del museo de Arte Decorativo es una experiencia totalmente distinta que escucharlo en el Colón. En esta última sala, debido a su magnitud, la sonoridad de un conjunto de cámara llega al oído como empastada a través de un velo. Algo así como en el orden visual, los colores, las formas y los perfiles pierden su completa nitidez en el escenario de ese teatro cuando se coloca en la boca el telón de tul, justamente para lograr ese efecto. Por el contrario, en un ambiente mucho más reducido y con una acústica algo seca, pero totalmente limpia, el Budapest sonó con un volumen, una definición en los timbres y una claridad en su textura que, a los efectos auditivos, lo transformaron en otro cuarteto. Era como si después de cinco conciertos con una luz tenue y cálida, hubiese sido colocado esta vez bajo la acción de un poderoso reflector que no dejara nada en la sombra.

No son muchos los conjuntos de cámara que puedan afrontar esa prueba. El Budapest no sólo la afrontó sino que se reveló más admirable, si eso es posible. Su sonoridad de conjunto es asombrosamente grande, sus acentos muy marcados, sus sutilezas de fraseo más refinadas, su equilibrio más perfecto de lo que se pudiera imaginar, habiéndolo escuchado en otras condiciones. Lo que alcanza los límites de la imaginación, es su margen dinámico, que maneja con entera libertad desde los pianísimos más tenues hasta los fortísimos más sonoros, sin perder por un momento la línea rítimica, el pulso interno, la lógica del discurso. En ellos, cualquier efecto es deliberado. No hay allí falsos acentos o crescendos y diminuendos debidos a falta de control. Todo, literalmente todo cuanto hacen, forma parte de un estricto plan. Del análisis de ese plan y del objetivo que se proponen, surge la enorme satisfacción que procuran.

El Cuarteto Budapest no cree que Mozart fue un compositor hecho de porcelana de Dresde. Y en eso tiene razón. Lo presenta como a un ser de carne y sangre, como a un técnico consumado en la escritura cuartetística y como a un artista que tenía algo que decir, amén de decirlo de la mejor manera. Es de los pocos conjuntos de cámara que no le tiene miedo a Mozart. Lo aborda con sinceridad y convicción. El resultado fue que su ejecución del cuarteto "La caza" fuera sincera y plenamente convincente. También lo fue el Cuarteto No. 2 de Ginastera, auque en este caso las dificultades de interpretación sean considerablemente menores y el significado de la obra no ofrezca problemas de comprensión. La versión del cuarteto de Schubert fue espléndida, poseída por el arrebato, teñida por una profunda melancolía y cargada con un lirismo inagotable, perdurable aún en los momentos más dramáticos. ¿Qué más se puede pedir?
Jorge D'Urbano
Sin fecha cierta de publicación conocida

No hay comentarios.: