lunes, enero 07, 2008

Obligados a cuidar la planta

Festival Chopiniana 2007
Recital de Piano
Tomás Alegre
10 de diciembre de 2007 en el Palacio Paz

Programa
Haydn: Sonata en Fa Mayor
Chopin: Balada No. 1 Op. 23
Beethoven: Sonata No. 8, Op. 13
Mendelssohn: Romanzas sin palabras

Ese gran maestro de la crítica que fuera Jorge D'Urbano (por suerte recordado permanentemente en este Blog) escribió en varias ocasiones que, a la hora de juzgar, a un crítico poco debe importarle si quien hace música es niño o anciano, hombre o mujer, o si está sano o enfermo. Por supuesto que él también erró a veces, excusando fallas por una juventud excesiva o hablando de diversos volúmenes entre algunas mujeres y algunos hombres que tocaban el piano en recitales que le tocó revisar. Pero el principio está sentado y lo compartimos cabalmente, aunque en líneas generales.

No deberíamos, empero, olvidar que Alegre es un adolescente que se ha embardo en la nave de una carrera musical. Y a juzgar por lo escuchado en la ocasión, lo ha hecho con un equipaje considerable. Aunque, como todo jovencito puesto a hacer sus valijas, haya puesto en ellas algunas cosas innecesarias que con el tiempo --estamos seguros-- habrá de revisar. Por ejemplo, es menester que lea las partituras con singular detenimiento, sobre todo a edades en que lo que se lee queda grabado indeleblemente. Así, debería anoticiarse por ejemplo, que las repeticiones indicadas por el compositor son obligatorias, no optativas. Alegre no respetó estas indicaciones ni en los tres movimientos de la Sonata de Haydn, ni en el primero de la Sonata de Beethoven (que, una vez más, el programa de mano erróneamente llama "Patética", que no es de pluma del autor.... ). También, y aunque el pulso dinámico de un intérprete pueda ser personal, distinguiría entre un Allegro y un Presto (primero y tercer movimientos de Haydn, que tocó de la misma forma). O vería claramente que en el segundo tema del Allegro de la Sonata de Beethoven, entre las cuatro negras que la mano derecha toca en el grave del teclado cruzando sobre la izquierda, y el pasaje que conduce a los mordentes (respectivamente, pregunta y respuesta) no debiera existir la cesura que él produjo. O, entre otras cosas, descubriría que la "Canción hilandera" de Mendelssohn puede tocarse rápido pero debe tocarse piano y no forte.
Otra de las cosas que Tomás Alegre debería ir corrigiendo, al menos según quien escribe, es la hiriente dureza de su ataque en fortísimo.

Claro que, niño o geronte, este pianista posee en grado más que interesante musicalidad, nobleza en el fraseo y rectitud de intenciones. Como todo artista con más por vivir que lo que ha vivido, descubrirá alguna vez que puede ser más atractivo tocar rápido que lento pero que al músico de ley se lo calibra por su pensamiento en los lentos antes que por su destreza en los rápidos. Entonces, cuando llegue a esa disquisición, percibirá que su mano izquierda en el movimiento central de la Sonata Op. 13 fue demasiado sonora e inexpresiva. O que el Rondó es Alegro y no Presto. O que sus constantes tironeos de tempo en la Balada le quitan validez a la versión.
Los maestros de Alegre tienen una valiosa, fresca, original y no contamindada plata entre manos: ojalá sepan cuidarla corrigiendo sus fallos de crecimiento y haciendo que estudie su repertorio aún a costa de espaciar mucho más sus conciertos. Valdrá la pena hacerlo
Claudio von Foerster

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