COMO EL BUEN COGNAC
Orquesta Sinfónica del Estado
Hans ROSBAUD
Walter GIESEKING, piano
ca. 1952
dajdh
Hans Rosbaud, que anoche dirigió un concierto con la Orquesta Sinfónica del Estado, es un director que, como el buen cognac, cuanto más se lo gusta más se lo aprecia. Su principal característica, entre otras muchas de importancia, es el lugar que reserva a la música en su tarea de director. Esto no es una paradoja ni un rasgo de humor. En todo lo que interpreta hay una confortable sensación de integridad, una completa ausencia de virtuosismo vano y una adherencia al carácter de las obras y al espíritu de los creadores, que es la marca distintiva de los músicos bien formados y de los artistas honestos. En esta temporada de Buenos Aires tan pródiga en magos de la batuta con errores de principiantes, Hans Rosbaud ha logrado conquistar la admiración y la cordialidad que se reservan a aquellos que, de manera ostensible, se preocupan por ofrecer una clara comunicacion espiritual antes que una clara comunicación de carácter privado. Esto quiere decir que el mero capricho o la arbitrariedad están borrados de la lista de sus propósitos.
En el concierto que dirigió anoche, y especialmente de la Quinta Sinfonía de Dvorak, terreno tan propicio para la efusión barata y el efecto superficial, Rosbaud ofreció una versión noble, bien intencionada, muy lírica y sin asomo de vulgaridad. No fue excesivamente pulcra en cuanto a ejecución, pero tuvo equilibrio, estilo y vigor. Las tres cualidades que son menester para que la sinfonía "del Nuevo Mundo" emerja con esa frescura que es su más notable rasgo.
El programa, que se inició con una sinfonía de Vivaldi, ejecutada in memoriam Eva Perón, contenía asimismo la brillante "Obertura para el Fausto criollo" de Ginastera; y el Concierto para piano y orquesta de Grieg en el que actuó como solista Walter Gieseking. No fue una versión lograda.
Gieseking, que es el gran maestro de la sonoridad y capaz de obtener en el piano los más extraordinarios efectos, contra su habitual prudencia, forzó el carácter de la obra y la transformó en una histérica demostración de poder, no siempre controlada y con una inquietud rítmica y desequilibrio en los "tempi" que, pese a hermosos momentos en el fraseo, terminó por destruir la unidad de la obra. Tampoco estuvo feliz en la claridad de la ejecucion. El, que tiene uno de los mas impresionantes mecanismos entre los pianistas de la actualidad, nos ha habituado a cierta perfección de la que su labor de anoche no fue un ejemplo para contar.
Jorge d'Urbano,
ca. 1952
ca. 1952
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