Continuamos una serie que deseamos sea fascinante. Sin que el asunto transite por cuestiones de género, evocaremos las historias de muchas mujeres que se destacaron como pianistas en el siglo pasado. Todas diferentes, cada una de ellas con sus atractivos irán desfilando por estas líneas intérpretes muy conocidas y otras hoy completamente olvidadas. Confiamos en que nuestros lectores sentirán el deseo de ir a los archivos y escucharlas atentamente. Se verán recompensa
EILEEN JOYCE (1912-1991), hoy casi olvidada, nació en la lejana Tasmania. Su año de nacimiento es tentativo, porque habiendo nacido en condiciones de extrema pobreza, sus padres le manifestaron que habían perdido la noción del tiempo al registrar su venida al mundo.
Tras sortear los estudios primarios penosamente, porque no los podía pagar, hasta recibió lecciones de piano en un Convento en Perth, Australia. Tocó allí para Grainger, que le recomendó ir a estudiar a los Estados Unidos.
Esto no pudo concretarse, y cuando Wilhelm Backhaus (en una de sus giras australianas) sugirió que fuera enviada a Leipzig para perfeccionarse, se creó finalmente una fundación que costeó su viaje. Estudió allí con Pauer, quien al enfermar no pudo seguir con las lecciones. Entonces, cuando estaba a punto de volverse a Oceanía, corta de fondos, el célebre Teichmüller se ofreció a instruirla sin cobrarle. Recién en ese instante tuvo a su disposición buena comida, vestidos dignos y posibilidades de estudiar.
La recomendación de Teichmüller a Albert Coates llevó al debut de JOYCE con Henry Wood en 1930, tocando el Tercer Concierto de Prokofiev. Allí comenzó a extenderse su carrera en Liverpool, Manchester y otras ciudades. En esos lejanos días adquirió un repertorio de cincuenta conciertos con orquesta. A veces tocaba hasta tres conciertos en la misma velada(como solían hacer Rubinstein, Gieseking y Weissenberg). Al parecer estudió brevemente con Artur Schnabel.
Mandó un disco de demostración a Parlophone, donde quedaron paralizados por su destreza. Hasta 1940 tuvo un contrato con esa compañía, que posteriormente cambió por otra firma. Grabó finas ejecuciones, entre otras, de la Rapsodia Sinfónica de Turina, el Rondo KV386 de Mozart y el Concierto Op.35 de Shostakowitsch, obra que había estrenado en 1936. También grabó el Concierto de Ireland (entre sus dedos, interesante) y el de Grieg. Sus Variaciones Sinfónicas, con Munch, deben ser las del mejor y más fino toque que jamás se hayan registrado, incluyendo a Gieseking.
Le gustaba muchísimo grabar discos, y a ello se dedicó en su corta carrera. Junto a Iturbi tocó en la gira de la Orquesta de Filadelfia por Londres en 1949. Viajó por América, Oceanía, Australia y Rusia y cerca de 1960 se retiró, agotada de tanto tocar.
Re emergió en 1967 para tocar una de sus especialidades, el Segundo de Rachmaninov (que había tocado en la película Breve Encuentro). Murió, ya retirada hacía mucho tiempo, en 1991 en Inglaterra, donde su figura ha resurgido en las reediciones, que han hecho que los nuevos melómanos conozcan su arte singular.
Tenía el más perfecto mecanismo que se recuerde en una dama, y su toque era alado, su pensamiento profundo y su elegancia proverbial.Su Fantasía Impromptu es una de las mayores que han llegado al disco; como grandes son sus grabaciones de Gnomenreigen, Waldesrauschen y La leggierezza.
En la grabación junto a Temianka y Sala, del Trío Op.32 de Arensky es genial. La primer Balada de Chopin la encuentro amanerada, pero la Tercera es magnífica; su primer disco, un difícil estudio de de Schlözer no puede ser siquiera alcanzado. Unas pocas Piezas Líricas de Grieg son idiomáticas, y su Balada de este autor, difícil serie de variaciones, es la que me gusta más de todas las que se grabaron, a pesar del tremendo renombre de la de Godowsky.
También hizo algunas grabaciones en clave (con Thurston Dart), muy curiosas y perfectas.
En su Mozart había frescura y vigor; el Scherzo de d’Albert (que grabó Wild) es espectacular y la Tocata de Debussy pocas veces ha sido tan bien interpretada. Muy interesante, por último, su registro de las Tres Danzas Fantásticas de Shostakowitsch.
Ha sido una estilista de pura raza y una instrumentista de la más elevada alcurnia. Eileen Joyce pasa a la gran historia de la interpretación musical, a pesar de su breve carrera, por dotes nunca alcanzadas por sus colegas y compañeras de ruta.
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