NUEVO DIRECTOR
Orquesta Sinfónica del Estado dirigida por Igor Markewitch Crítica escrita ca. 1952
Igor Markewitch, que anoche dirigió el primer concierto de abono de la Sinfonica del Estado en el Gran Rex, es ruso de origen, estudió música en Suiza y vivió en Paris bajo la musical vigilancia de Nadia Boulanger. Es compositor prolífico y director de intensa actividad en Europa. Tiene cuarenta años. Pertenece, por lo tanto, a la nueva generación de conductores de la que Buenos Aires tiene noticias a través de algunos de sus más importantes o polémicos representantes. Markewitch, a juzgar por el concierto de anoche, es importante pero no es polémico. Tiene la natural preeminencia del músico que conoce bien su oficio, que tiene una formación cultural de amplias perspectivas y que se dedica a una actividad con éxito. Su labor no tiene, sin embargo, aristas o relieves que inciten a la discusión con respecto a su categoría como intérprete. Tiene, como todo ser que se dedica a ejecutar música, aspectos que pueden parecer positivos a algunos y negativos a otros.
Entre los aspectos positivos de su labor se destaca cierta objetividad con referencia al contenido emocional de la obra sobre el que no trabaja como punto de conquista pública. Su insistencia personal es reducida y en eso se parece a los grandes directores que dejan hablar más a la música que a sí mismos. Emplea los recursos de la orquesta con discreción no exenta de severidad. Es minucioso en la ejecución y reflexivo en la interpretación. Esto quiere decir que no improvisa el sentido de una obra sino que su versión fluye como el fruto de una accion voluntaria. Hasta aquí la lista de sus virtudes. El programa de su concierto de presentación abarcaba desde un "Concerto grosso" de Haendel , que dirigio en ese estilo suntuoso de los intérpretes ingleses y contrario al enfoque de los germanos; una sinfonía de Schubert, en re mayor, la tercera que constituía además una primera audición en Buenos Aires, que fue vertida con escrupulosidad y poca poesia; la suite de "Turandot" de Busoni, que va desde cierta originalidad orquestal hasta una trivialidad sin límites; una "Arietta con variazioni" que es una transcripcion para orquesta de cámara del segundo tiempo de una sonata para piano que José María Castro compuso en 1931 (pareciera que la producción sinfónica argentina es tan pobre que debe recurrirse a transcripciones, cosa sumamente cuestionable); y por último los "Cuadros de una exposición" de Mussorsky, en la orquestación de Ravel que, a mi parecer y pese al esfuerzo de la orquesta, fue el punto más debil de la noche en cuanto a versión. Markewitch los dirigio en blanco y negro. En vez de cuadros parecían litografías. Usó ciertos "tempi" poco atractivos porque no agregaban nada a la natural intensidad y estímulo de la obra, deformando en cambio la fluidez de ciertas frases y, por último, los expuso sin esa tensión rítmica interna que nace de la justa respiración, y que constituye uno de los toques más dramáticos de la obra de Mussorsky.
Jorge D'Urbano 1952
N.de.la.R: Hoy, Markevitch es considerado uno de los grandes. Quizás hoy, D'Urbano hubiese mermado su crítica frente a la pobreza en esta materia que predomina en el ambiente actual internacional.
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