Clifford Curzon con Sir Arthur Bliss
Sentarse en una butaca para escuchar a CLIFFORD CURZON (1907-1982), ya fuera en Londres, Salzburg o Ámsterdam, siempre constituía un placer estético y la plena seguridad de que habría de escucharse música en el máximo nivel de inspiración y honestidad, y capacidad instrumental digna de un artesano. La comprensión del estilo, al menos en el repertorio que solía frecuentar, fuera de los desvaríos de algún productor de discos (que le hiciera grabar, verbigracia, el Primer Concierto de Tschaikowsky), estaba descontada. Pocos músicos tuvieron tanta honestidad conviviendo al lado de tanta modestia. Son almas elegidas por algún ser superior para dignificar al ser humano. Con el correr del tiempo, los discos de Clifford Curzon serán mucho más buscados de lo que fueron en su tiempo, en el que virtualmente tuvieron grandes ventas, básicamente en su país natal.Estudió con Schnabel y Landowska. Esto explica, casi como una radiografía, la química fórmula de sus interpretaciones más logradas: profundidad densa y casi filosófica y un sentido interno de las diferentes voces que nunca dejó de asombrarme por su independencia en el marco del "empaste" general.
Su integridad trascendía la reserva casi obvia que imponía un repertorio que podía definirse como tradicional (aunque frecuentara autores menos ejecutados, preferentemente ingleses).
Era un fino estilista. Su pianismo, aunque no lo denotara con alardes (gracias a su gran naturalidad), era inmenso. Pero siempre fue un preocupado por la verdad del estilo sin afectación antes que por otra cosa. Por la creencia del deliberado segundo plano del recreador antes que la preeminencia del virtuoso.
Permanentemente, al igual que Serkin, buscaba nueva luz en sus interpretaciones; porque no era de aquellos que creían que tocando bien la misma obra, una o varias noches, el acto recreativo había llegado a su fin. Antes bien, recién allí comenzaba para CURZON otra etapa, que iba más allá del lustre de las frases o, incluso, de proyectar tempi diferentes. Era la etapa de la búsqueda del Todo, esa doncella tan esquiva que han conquistado unos pocos.
Llegó a grabar tres veces el Concierto KV466 de Mozart (la primera de esas sesiones, con la Filarmónica de Viena y Szell nunca la aprobó para publicación) y cuando, finalmente, el mundo habíase solazado con su grabación de esta obra imperecedera con Kertesz y Britten, tenía por delante de sí un cuarto registro para poner sobre el tapete nuevas ideas (sic) sobre el Concierto de Re menor…
Todavía guardamos en nuestra memoria su Sonata Póstuma en Si bemol de Schubert junto a la KV332 de Mozart) en el Festival de Salzburg, hacia 1974, cuyas grabaciones no oficiales aún guardamos y atesoramos; y la sensación casi opresiva-especialmente después de Schubert, de haber estado asistiendo a una porción vital del arte interpretativo de nuestro tiempo! Luego pudimos deleitarnos con su versión grabada en discos comerciales de la Sonata de Schubert: igualmente un acontecimiento; mas en vivo, CURZON era un monumento al pianista-músico.
Cuando se apela a sus tres versiones grabadas del Primer Concierto de Brahms, con Jordá, Szell y el gran van Beinum (todas imponentes), puede uno darse cuenta a punto que lo siga con partitura, hasta qué grado infinitesimal llegaban sus cambios en la forma de frasear determinados pasajes, manteniendo (como preconizaba Hofmann, ¡recordarlo!) la estructura fundamental de la obra.
Su Wanderer de Schubert/Liszt (con orquesta), o el 23 de Mozart con Boyd Neel son joyas de una corona. Además, su vasta experiencia como pianista de cámara le da la perspectiva casi inigualada de hacerse concertante allí donde otros suelen sobresalir. De sus registros en este terreno, recomiendamos el inmortal Quinteto Op.34 de Brahms, con un sonido amplio y pastoso , de una imponencia arquitectural y una claridad en los coloquios que asombran. Los dos Cuartetos con piano de Mozart, con el Cuarteto de la Filarmónica de Viena, siguen siendo dos "clásicos" de la historia del disco (el Segundo, en vivo con el Budapest, ha llegado a CD). "La trucha" entre sus dedos es genial. Igual que el Quinteto de Franck.
Su capacidad analítica para poner delante lo esencial y a un lado lo accesorio (¿enseñanza de Schnabel?) le permitía ofrece ejecuciones que sonaban como nuevas aunque se tratase de "caballitos de batalla" que se escuchan a diario. Su sonata en Si bemol de Liszt, con todo el grado de reserva antivirtuosística que posee, es un arquetipo de su arte fuera de los compositores del período clásico. La ejecución del Emperador es milagrosa.
Joachim Kaiser denomina a Curzon "el Cortot de nuestros días". Para nuestro entendimiento, nada más alejado de una descripción de Sir Clifford que eso. Cortot, que de joven tenía un mecanismo impresionante, se preocupaba más por los grandes paisajes dentro de una obra; mientras que Curzon procura llegar a esos mismos grandes terrenos con la suma de los pequeños detalles.
Cortot era un romántico nato (hasta para vivir!) y Curzon era el arquetipo del clásico. Si hasta Backhaus,el clásico por excelencia, puede sonar romántico al lado de Curzon! Su diversidad estilística lo llevó a grabar una gran versión del Quinteto Op.81 de Dvorak, conciertos de Mozart y Brahms y grandes versiones de los clásicos.
Curzon ha sido uno de los pianistas que con mayor capacidad supo compendiar el aliento final de un tiempo interpretativo que se iba y los pasos fundamentales y primerizos de otra, en la que estuvo inserto como uno de los exponentes más cultos del pianismo, sin sonar fuera de época u otoñal. Ese milagro de parecer siempre joven, aunque los años del calendario pudieran apuntar a otra cosa, les está reservado, en el piano, solamente a los artistas muy grandes. Y Sir Clifford lo fue. Si Usted, ya sea por causas financieras o por falta de tiempo, debe elegir un solo documento de su no demasiado vasta discografía, no lo dude: la Sonata Op.5 de Brahms, tocada por Curzon, es una de las más grandes cátedras de la interpretación pianística brahmsiana en todo nuestro siglo!
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