sábado, diciembre 20, 2008

Demócratas y autócratas en el podio


El director de orquesta no debe ser tirano, pero hay que aceptar que es un individualista. Como un tenista, puede participar de o en un equipo pero las decisiones le pertenecen. Puede consultar pero debe resolver. De ahí que suene a injusticia hablar de tiranos de la batuta.
Este año se conmemoró el centenario del nacimiento de Herbert von Karajan. Puck se ocupó del asunto : [Centenario del nacimiento de un gigante].
Conociendo la vida y carrera del ilustre salzburgués podemos decir que, posiblemente, fue el último autócrata de la batuta (el que le quiso hacer tocar a Lipatti el Concierto de Schumann a su modo, a lo que el rumano no accedió). Esta tipificación da lugar a unas líneas digresivas sobre el tema.

El siglo 19 marcó en gran parte la tiranía de los cantantes (en los teatros de ópera) y de los supervirtuosos como Paganini, Liszt, Tausig y otros. Hubo tres figuras emblemáticas que comenzaron una suerte de autocracia de los directores como reales figuras al comando de conciertos y óperas: Toscanini, Mahler y Richard Strauss. Ellos insistieron (¡y lograron!) que el espectáculo tuviese un spiritus rector al mando. Basta, cantantes, de calderones interminables para lucir el fiato. Basta, cantantes, de bisar arias en el medio de una ópera alterando la tensión de la trama. Basta, solistas, de deformar tiempos, dinámicas y textos originales.
También se exageraron muchos temas. Es cierto que Toscanini prohibió bisar arias y exigió que se apagara la iluminación de la sala durante la representación. Como dijera Giulini, muchas de las cosas que hoy son naturales y corrientes, como las antedichas, costaron a Toscanini sangrientas batallas. Pero no es cierto que el gran director detestara hacer música con solistas. Lo que le fastidiaban eranlos malos solistas. Cuenta Rubinstein que en el primer ensayo juntos (Tercer Concierto de Beethoven) anduvo cada quien por su lado, como si colisionaran el romántico pianista y el clásico director. Terminaron. Toscanini giró su cabeza y le preguntó al gran Rubinstein:”¿piensa tocarlo así?”. El pianista asintió. “Da capo” ordenó el director. Que esta vez lo siguió a Rubinstein hasta en el último de los detalles, respetando a rajatabla sus giros expresivos. La versión, mezcla de libertad y rigor es una de las más bellas que se conocen...
Leonard Bernstein era lo que podía considerarse un demócrata de la batuta, pero no tuvo reparos en hablar a la audiencia antes de un concierto con Glenn Gould (Primero de Brahms), expresando su desacuerdo con la visión del solista pero respetando su decisión de presentar su punto de vista, con su permiso, eso sí...
La era de los autócratas de la batuta ha desaparecido y con ella la era de los grandes directores individuales, diferentes entre ellos, distinguibles. Hoy hay menos ensayos y más rutina. La autocracia nada tenía que ver con buenos o malos modales, aunque escuchando ensayos de Szell, Reiner, von Karajan, Klemperer, Furtwängler o Toscanini haya "episodios", siempre de cara a lograr la idealidad de lo perfecto, nunca para humillar al músico de orquesta. Eso sí, los hubo más pacientes (Walter, Fricsay) y menos pacientes. Pero siempre entre colegas. No olvide el lector que el director presentado como el más intemperante (Toscanini), cuando ensayaba con la BBC,la Philharmonia o la Filarmónica de Viena, estaba tan feliz por la calidad de la música que escuchaba que, virtualmente, no interrumpía.
Finalmente, hay idiomas que retrataron semánticamente en forma muy feliz las sutiles diferencias de carácter y de prestigio entre las batutas. En Alemania hubo el “Kapellmeister” (maestro de capilla), que consensuaba; y el “Dirigent” que se imponía. En tiempos de Toscanini se hablaba de él simplemente como “El Maestro”. Desde entonces, cuando se alude al director, suele hablarse de maestro. Los suaves franceses, tan descriptivos que a los trenes llaman “camino de hierro” (que es lo mismo, aunque no lo parezca, que “ferrocarril”) denominan al director “chef d’orchestre”, asignándole como Dios manda, la estatura de jefe. Para los ingleses, es el conductor. Y para los italianos, el director.
No podríamos negar que la autocracia de la batuta le hizo bien a la música. Pero, para evitar asociaciones imprudentes con otras actividades del hombre, hacemos nuestra la frase de un gran director:”En la vida, democracia; en el arte, aristocracia”.

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