MISCHA LEWITZKI (1898-1941) nació en Rusia y tomó nacionalidad estadounidense. Fue alumno de Michalowski y von Dohnanyi. Hay una tendencia que suele ubicar a Lewitzki como un pianista apretujado entre el mero exhibicionismo de algunos de sus contemporáneos y los ortodoxos que han surgido desde hace algunas décadas y que recién en aquellos tiempos comenzaban a emerger como antídoto al circo y al libertinaje que, en definitiva, constituyen los límites extremos de la degradación interpretativa. A este pianista, que solamente vivió 42 años (lo cual le ha hecho convertirse desde siempre en un olvidado), parecía preocuparle más la sustancia de la música que interpretaba que la perfección de la ejecución, al menos en el estudio de grabaciones. Nadie osaría afirmar que un individuo inteligente como él subestimara la certeza en los dedos. Pero el hecho es que sus discos muestran errores poco admisibles, a veces. Cuando comenzó a grabar en 1927, recién se exploraba la modalidad de registrar obras de cierta extensión. Como bien acota Crimp, en el lapso de tres años grabó un concierto y obras mayores de Chopin y Liszt, mientras que Godowsky, por ejemplo, hizo sus primeras grabaciones con obras extensas a los 59 años, Horowitz no grabó su primer concierto con orquesta (el Tercero de Rachmaninov con Coates) hasta 1931 y su primera sonata (la de Liszt) en 1935 y hasta el ’32 ni Hofmann, ni Lhevinne habían impreso obras de envergadura. Lewitzki tenía gran integridad musical y temprana madurez y su carrera podría haber tenido significación histórica de no haber vivido tan poco tiempo y tocando en público solamente por 20 años. Sus colegas le querían y estimaban y fue otro que, de niño, comenzó por estudiar violín. También, como muchos otros colegas de su tiempo, compuso muchas obras menores para el piano, hoy olvidadas. A los 13 años y tras haber estudiado con Stojowski y von Dohnanyi, ganó el codiciado premio Mendelssohn. Viajó infatigablemente por todo el mundo, especialmente por Europa y Oriente. De los muchos rollos que grabara, sobresalen las Escocesas de Beethoven y el Rondo Capriccioso de Mendelssohn. APR editó en CD su discografía integral para HMV, en la cual hay joyas imperecederas. Destacaría en primer lugar, su elegante y artística –no pianísticamente - definitiva Sonata Op. 22 de Schumann, una clase de fraseo romántico, con espiritualidad, brío y fantasía con buen gusto. El resto de sus discos, básicamente, lo ocupan obras de Chopin y Liszt. La Balada No. 3 es reservada pero pura; el Nocturno No. 5 un verdadero ejemplo de romanticismo no declamado e interior y el Scherzo No. 3 es bueno. Las grabaciones lisztianas son enjundiosas. El Primer Concierto (con Landon Ronald) es idiomático; varios Estudios (dos versiones diferentes de La Campanella) tienen vuelo y las Rapsodias Nos. 6, 12 y 13 tienen un recato parecido al de Borowsky, claro que con más generoso uso del pedal que aquel y sonido más amplio. Obras menores de Moszkowski, Rachmaninov y suyas propias reciben tratamiento respetuoso y respetable. La Sonata K.113 de Scarlatti es interesante, sobre todo si se la compara con las versiones y el estilo con que se tocaba a ese autor allá por 1928. La inmensa mayoría prefería las transcripciones de Tausig, aunque unos pocos – Viñes, Bauer, Casadesus, Meyer- tocaban los originales. Su Marcha Militar de Schubert/Tausig es magnífica. Resulta interesante apreciar hasta qué punto el disco le ha permitido a Lewitzki cambiar su fraseo y su rubato en la descriptiva visión del Rondo Capriccioso de Mendelssohn, en relación a su rollo.
Lewitzki: un romántico prematuramente desaparecido del firmamento musical. No ha sido un sol, es cierto, pero al menos sigue teniendo brillo estelar.
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