El hecho es que las muertes relativamente tempranas (en una profesión de octogenarios) de los Kleiber, Busch, Cantelli, Fricsay o van Beinum privó a la segunda mitad del siglo XX de una pléyade de batutas ligadas a las ilustres tradiciones de Strauss, Toscanini, Weingartner, Walter, Mengelberg; de directores con técnicas espléndidas y nobles músicos; del eslabón con la vieja guardia. Se rompió la continuidad y la chatura que siguió es la muestra incontrovertible.
Kleiber estudió en Praga y mantuvo por siempre su amor por esa ciudad. Pocos recuerdan, mirando la llamada “foto de los 5 grandes” (una instantánea berlinesa de 1928 con Kleiber, Toscanini, Furtwängler, Walter y Klemperer, que coincidían profesionalmente en dicha capital
simultáneamente [*ver más abajo]) que, detrás de ese Kleiber había pasado una intensa actividad: Darmstadt (1912-19), Barmen Elberfeld (1919-21), Dusseldorf (1921-22) y Mannheim (1922-23). Era un nómade que dirigía el repertorio tradicional así como el moderno, tanto en la ópera como en la sala de conciertos. Sus traducciones de la música de Janacek, Busoni, Liszt, Reger, Schoenberg y otros levantaban tanto entusiasmo como las que ofrecía de Mahler, Mozart o Beethoven. Visitó la Argentina a en 1926 y la URSS en 1927. Amigo íntimo de Berg, dirigía su música y la de otros judíos proscriptos por el nazismo, al que no soportaba.
Como Busch, otro insigne músico, no era judío pero estaba profundamente comprometido contra la interferencia política en el arte. Renunció a su importante cargo en Berlín y dejó Alemania en 1935. En pocos años, el llamado Reich (ridícula denominación ya que la palabra significa imperio y Alemania, aunque espúrea, era una democracia sin emperador...) perdió a Kleiber, Busch, Walter y Klemperer entre sus más grandes directores, por no mencionar a los cantantes, instrumentistas, escritores etc. que voluntaria o forzadamente emigraron; y a las celebridades que no volvieron al país siendo extranjeros.
Después de presentarse como calificado invitado en Bruselas, Londres, Praga, Salzburg y otros importantes centros musicales se radicó en la Argentina y tomó ciudadanía del país. Dejó impresiones indelebles que subsisten en algunos registros piratas y en hemerotecas. Dirigió centenares de conciertos y veladas operísticas. Todavía hoy se recuerdan las temporadas alemanas del Colón con Busch y Kleiber. Entre 1943-46 dirigió en Cuba, volviendo a Europa al terminar la guerra. Ya mayor, prácticamente dejó de dirigir Mahler, Bruckner y muchos modernos excepto Janacek y Berg. Se consagró virtualmente a los clásicos. Asiduo visitante de los estudios de grabación, nunca fue tentado a completar los ciclos de Sinfonías de Beethoven o Brahms, por ejemplo. Las del primero, con una excepción, es posible recopilarlas a partir de grabaciones de estudio y en vivo no oficiales. Siendo aclamado como la quintaesencia de la interpretación mozartiana, oficialmente grabó solamente una sinfonía consiguiéndose un par más en vivo. Fue llamado el director de “las 3 F” (Figaro, Fidelio, Freischütz eran sus especialidades). Afortunadamente su definitivo registro de Figaro, oficial, se consigue, y las “otras dos F” es posible rastrearlas en archivos en vivo. Su registro oficial del Rosenkavalier es piedra de toque y, aparte, se pueden conseguir otros dos del Colón.
Era un purista absoluto en cuando a fidelidad a los textos. Era la feliz combinación de la objetividad con pinceladas improvisativas. Sus ensayos eran obras maestras: les daba los libretos de las operas a los músicos de la orquesta, jamás marcaba las entradas en forma visible al público y se sabía de memoria los nombres y ubicaciones de cada músico. Sus escasos discos de música ligera vienesa son angulares.
Hitos de su discografía: las Sinfonías 3, 5, 6 y 7 de Beethoven con la Orquesta Concertgebouw (¡no las versiones de Londres!), Figaro, Rosenkavalier, Dafne en el Colón, las óperas wagnerianas en el Colón y su Till Eulenspiegel en vivo.
Cuando se despidió de Buenos Aires dirigió el ciclo integral de sinfonías de Beethoven. D’Urbano, el numen de los críticos de su tiempo, escribió en la última crítica a Kleiber en Argentina:
" ...cumplió con el sagrado deber de un buen director: dejar la Orquesta mejor de lo que la encontró".
Esas pocas palabras resumen como nunca a este prócer de la batuta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario