sábado, marzo 29, 2008

Fritz Busch - la semblanza de un grande

Los directores actuales no pueden ser comparados con los gigantes de la batuta del siglo XX. Este es un hecho incontrovertible, duela a quien duela. Epítomes como Toscanini, Furwängler, Walter, Klemperer, Kleiber, Busch y al menos dos docenas más que no citamos por cuestiones de espacio no encuentran pares hoy en día.

Dinámico, preciso, inspirado, directo, no artificioso, multifacético, perfeccionista: cualquiera de esos rasgos en un director actual harían de él un gran conductor. Muchos de los directores de antaño poseían esas peculiaridades, en mayor o menor medida. Pero, seguramente, solo Fritz Busch y Erich Kleiber las poseían todas juntas, ubicándose junto al impar Toscanini.

Fritz Busch nació en Siegen, Westfalen en 1890 y murió imprevistamente y en la cima de sus facultades en 1951. Integraba la legendaria familia de músicos, siendo Adolf y Hermann sus hermanos. Ambos integraron el celebérrimo cuarteto de arcos(uno de los mejores de la historia). Adolf, violinista, fundó su propia orquesta de cámara que hizo famosas grabaciones y cofundó con Rudolf Serkin los Festivales de Marlboro.

Fritz era un pianista notable que ofrecía recitales a la edad de siete años. Luego perfeccionó su conocimiento de todos(¡!)los instrumentos de la orquesta, los que logró dominar antes de cumplir doce. Después de estudiar con Steinbach, el famoso amigo de Brahms, comenzó sus actividades en Riga tras unos pocos conciertos en Bad Pyrmont. En 1911-12 dirigió en Gotha y Aachen. Tras ser herido como soldado volvió a esta ciudad, teniendo además grandes éxitos en Jena y Stuttgart. En 1922 suceció a Reiner en la opera de Dresden. A pesar de no ser judío colisionó seriamente con los nazis y emigró en 1933. Era profundamente contrario a aquel regimen, como sus hermanos que se fueron con él (en solidaridad con Serkin, judío y perseguido).

Busch se fue a Buenos Aires donde trabajó en conciertos y representaciones operísticas, guardando gratos recuerdos de sus años en la Argentina, a la que espaciadamente siguió visitando hasta 1945. Cuando notó el enrarecimiento político de aquellos días, cesaron sus visitas. Una de sus hijas vivía hasta hace poco en San Vicente. Venerado a la altura de Toscanini y Kleiber en Argentina, todavía sus temporadas operísticas en el Colón, especialmente las alemanas y verdianas, se recuerdan devotamente.

Sus interpretaciones mozartianas en Glyndebourne son legendarias. Cuando Toscanini dejó la Filarmónica de New York lo recomendó como su sucesor pero Busch no deseaba estar atado a un puesto y no aceptó. En años posteriores, siempre visitó al Maestro en Italia para tomar consejos. Se estableció en Copenhaguen, capital de un país que amaba y en el cual queria morir, lo que no se cumplió.

En sus tiempos de Dresden se hizo famoso como wagneriano y straussiano. A pesar de los ruegos del poder, se negó a dirigir en Bayreuth. Su actividad en el Met es legendaria y está bien documentada en grabaciones. Su discografía es exasperantemente breve. Todos sus discos muestran su inmenso talento y su sabiduría y son modelos de estilo y ejecución. Holmes cuenta que Busch no permitía que sus cantantes portaran anteojos en los ensayos para asegurarse que vieran sus marcaciones en la función.

Grabó con las orquestas de la Radio Danesa, Winterthur, Dresden, Sinfónica y Filarmónica de Londres y Filarmónica de New York y Sinfónica de Viena entre otras. No hay discos o registros en vivo suyos con las Filarmónicas de Berlín y Viena o el Concertgebouw. Su autobiografía, muy disfrutable.

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