miércoles, mayo 07, 2008

Carta de un Lector

Sergio Tiempo en el Teatro Coliseo, 5 y 6 de mayo 2008, Buenos Aires
Concierto Inaugural de la
Temporada 2008 del Mozarteum Argentino,

Foto: Gustavo Muñoz para La Nación

Un lector, con un excepcional sentido coloquial, se ha dirigido a La Danse de Puck. Juzgamos interesante publicar su misiva textualmente...

Ay, Puck! Nos has mal acostumbrado. Cuando muchos buscábamos la fecha del certificado de defunción de la crítica musical vernácula, te atreviste a ofrecernos como caviar las antiguas notas de Jorge d’Urbano. Esa fue la última palada de tierra sobre las tumbas de los actuales críticos de periódicos y revistas especializadas.

Leer la crítica escrita para un recital de Sergio Tiempo en LA NACIÓN por Pablo Kohan me ha desconcertado por todos los ángulos posibles. La colección de inexactitudes musicales es digna de un cuadro paradigmático: considerar vanguardista a una Consolación y al Vals Mephisto Nº1 de Liszt es errado, ya que ni armónica ni melódicamente son obras de vanguardia; ninguna de las más de 60 sonatas de Haydn requiere “emocionalidades o dramas inoportunos”, de modo que el pianista, evitándolos, solo hizo lo debido; y otras debilidades conceptuales por el estilo.

Los puntos flacos del análisis musical e instrumental son disculpables. “Errare humanum est”. Pero las definiciones ... ¡ay, Puck!, ... las definiciones de cinemascope o cinerama, de Tía Vicenta o de Patoruzú me recordaban al Cartoon Network. ¿Hablar de un pianista como “sin capa ni uniforme, un superhéroe de camisa negra”, un “spiderman”, de brillante, apabullante y otras yerbas constituyen un lenguaje impropio de una crítica de música clásica si la misma fuera seria. Faltó decir si en la espalda de la camisa negra (de Tiempo, no de Juanes) estaba la S de Spiderman, la Z del Zorro o la R de Rambo.

Se explican esas familiaridades porque el crítico (incidentalmente diré que es Director de Radio Nacional Clásica... ¡qué horror!) nunca habla sino de Sergio. Lo que me hace deducir que será seguramente muy amigo del pianista al que debió hacerle una crítica imparcial.

En fin, volviendo al comienzo de mis líneas: si d’Urbano, el Maestro, es el Laurence Olivier de la crítica, Pablo Kohan es José Marrone.

Héctor Stein

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