martes, mayo 20, 2008

Un Huracán Magyar

LAJOS KENTNER (1905-1987), más conocido por LOUIS KENTNER, nació en Hungría pero de joven se radicó en Inglaterra. En el Segundo Concurso Chopin de Varsovia, en 1932, obtuvo el 5º premio (¿¿??), colocación absurda si se tiene en cuenta que de esa competición solamente emergieron nombres posteriormente reconocidos como Uninsky (1er. premio) y von Karolyi (9º). Los otros contendientes laureados fueron Imre Ungar, Boleslaw Kon, Abram Lufer (¡todos estos mejor colocados que Kentner! ), Leonid Sagalov, Leon Borunski y Teodor Gutman. Posiblemente el que un quinto premio haya sido el único de los laureados que alcanzó fama mundial y tuvo una dilatada y apreciada carrera, que llegó a ese concurso habiendo tocado mucho antes ya las 32 Sonatas de Beethoven (lo que habla de su aplomo), sea el mejor juicio de valor sobre los concursos. O, mejor aún, refleje lo que pensamos acerca de los jurados (en el concurso aludido, junto a veinte jurados desconocidos estaban De Greef y M. Long). Además, entre los eliminados por aquellos días de 1932, podemos citar a Pavel Serebriakov y Eduardo del Pueyo, que tuvieron largas carreras también...

Claro, esto no ha cambiado. Los maestros mandan a sus alumnos, de ser posible, a concursos en los que ellos son jurados, o donde se los habrá de premiar digitadamente. Total, alumnos premiados equivalen a buenos maestros...¡cuánta ridiculez!

Con sólo imaginar a Malcuzynski en un jurado, y a decenas de participantes que en cinco minutos pueden llegar a tocar mejor que él en toda una vida, nos aterramos. Creemos, cada día más, que los concursos son los jardines zoológicos musi­cales. Al igual que en los zoos reales, el hombre (jurado) debería estar entre rejas (tocar), y la bestia (alumno) criticar o admirar...

Kentner fue consolidando su carrera y, posiblemente, está olvidado como solista por haber establecido una sociedad musical indisoluble con Yehudi Menuhin. Kentner era un pianista de gran virtuosismo, de vuelo y soberbia musicalidad. Tenía recursos pocas veces igualados y sus interpretaciones siempre estuvieron orientadas en la dirección del hecho musical de extrema pureza estilística. Utilizaba una bajísima banqueta con patas removibles que llevaba consigo a todas partes. Como editor y revisor (presidía la Sociedad Liszt de Londres) fue un músico de avanzada, al igual que en la elección de su repertorio.

Empero, es casi irónico que en los últimos 30 años de su vida haya sido injus­tamente considerado un anacronismo. Casi estaba retirado, enseñando, mientras los imberbes de la música (hasta imberbes en sus ideas) proliferaban en las salas de concierto.

Su conocimiento de la literatura pianística era enciclopédico en lo que hace al repertorio convencional (tenía perfectamente estudiadas centenares de obras) y era un paladin de la música nueva. Estrenó en Hungría el Segundo Concierto de Bartok, junto a Klemperer, y el Tercero en Europa junto a Adrian Boult. Para él y para su yerno Menuhin, escribió William Walton su Sonata para violín y piano. También estrenó el Concierto de Tippett.

En sus días niños del Conservatorio llegó a estudiar con Debussy, pero desilu­sionado por éste como pedagogo, se volcó a Kodaly y Weiner. Esto explica su aversión permanente por discutir los problemas instrumentales fuera del contexto global de la música. Era de los que sostenía, acertadamente, que el análisis musical de un pasaje habría de facilitar su ejecución. Un claro puntapié en el trasero de aquellos pianistas que estudian lento, nota por nota, y no ¡musicalmente...!

Los que solamente pudieron escuchar al calmo Kentner de la vejez se asombrarían escuchando sus primeras grabaciones de Budapest (con obras de Chopin), donde ya estaba la elegancia y el redondeo de las frases pero con una elasticidad felina en los dedos y un vigor tremendo. Cuando llegó a Londres escapando de su casa en Berlín a causa de los nazis, cimentó su fama en Inglaterra ejecutando varios ciclos integrales: los 48 Preludios y Fugas del Clave, las 32 Sonatas de Beethoven y las de Schubert. Cuando, de niño, estudió las de Beethoven, se propuso completar una Sonata por semana... ("…algunas demoraban un poco más, pero otras un poco menos" solía decir).

De su memoria fantástica suelen contarse mil historias. Pero una, particularmen­te, es asombrosa. Kodaly escribía sus Danzas de Maroszek junto a un piano y le mandaba cada hoja del manuscrito a Kentner en la habitación contigua (sin piano!) y éste memorizaba la obra... que habría de estrenar la misma tarde!

En su libro Piano (1976), Kentner aconseja a sus lectores: "Si Usted es capaz de emprender el estudio de la Sonata 29 de Beethoven, debe estar preparado para tomar determinaciones en la elección de sus propios tempi" (en clara alusión a los textualistas que siguen a rajatabla indicaciones metronómicas) . Fue, desde el comienzo de sus presentaciones en vivo, tanto un paladín de Liszt (cuya música estaba minusvalorada por aquel tiempo) como de los compositores modernos de Hungría. Admiraba más que a nadie a RACHMANINOV pianista, por la elegancia cantabile de sus líneas melódicas y su sonido orquestal, pero no dejaba de elogiar a Godowsky, Lhevinne y Hofmann.

La cantidad de discos grabados por Kentner es tan impresionante como la calidad de los mismos. Ya grababa, como quedara dicho, en Budapest hacia finales de la década del veinte. Luego, sus 78rpm para la Columbia y posteriormente sus LPs fueron acontecimientos casi siempre bien recibidos por una crítica considera­blemente más culta y erudita que la actual. El integral de Scherzi (en LP) y Baladas de Chopin es sensible y a la vez poderoso, con buen gusto en el estilo. Su Fantasía Op. 49 del mismo autor es seria competencia, si bien no para Solomon, para versiones contemporáneas. Muchas Sonatas de Beethoven (algunas con cierta reserva); el integral de Sonatas para violín y piano de este autor, con Menuhin, un clásico imperdible; el Quin­teto La Trucha junto al legendario Cuarteto Húngaro. Grabó deliciosamente Conciertos de Mozart y el Trío con clarinete del mismo autor. En cambio, su Segundo de Brahms con Boult es sumamente académico y aburri­do. Su versión del Concierto KV491 de Mozart (Do Menor) con la Philharmonia y Harry Blech es ejemplarmente bella. Y una placa de 1961 con casi todos los Estudios de Chopin atractiva, virtuosística y muy musical. En el campo de la música de cámara la extensión de su repertorio asombra aún a legos como a conocedores. En vivo, tocaba junto a los otros músicos de memoria (aunque esto no sea tan importante, nos llamó la atención).

Grabó una muy buena traducción del Concierto para piano, violín y cuarteto de cuerdas de Chausson (con Menuhin y el Cuarteto Pascal), una de las más árduas obras de todos los tiempos para el pianista de cámara. Algunas de sus grabaciones junto a Jeno Lener, el fundador del cuarteto homónimo, son para la colección. Su Islamey era considerable, a pesar de que los últimos compases le mostraran algo exhausto. En el Andante Spianato y Gran Polonesa, y la Barcarola de Chopin, la plástica visión del pianista hacía fluir todo con absoluta naturalidad e inspiración. De haber grabado el Tercer Impromptu de Chopin (lo hizo con los Nros. 1, 2 y 4) habría sido el suyo un integral insustituible, pues ve las piezas con cabal sentido de las proporciones y jamás recurre al virtuosismo digital hueco. También en el Children's Corner de Debussy, Kentner demuestra su acabado puli­mento impresionista.

De las muchas obras de Liszt de aquel período, se destacan tres de los Estudios Paganini (2, 3, 5), la Segunda Balada, la Berceuse, el Scherzo y Marcha que una vez en su vida tocara Horowitz con gran intensidad y la Primera Polonesa, que era un clásico del catálogo. En la sexta Soirée de Vienne su fraseo es delicioso. Sus integrales en discos son notables, entre ellos, las Rapsodias Húngaras (¡19!), los Años de peregrinaje y los Trascendentales de Liszt, junto a obras menos conocidas del último período autoral del Abad. Su comprensión del lenguaje casi abstracto de las últimas Rapsodias es esclarecedor. Fue el pionero de las obras últimas de Liszt. También grabó muchas de las paráfrasis, transcripciones y fantasías operísticas de este autor; y algunas de sus obras menos frecuentadas, como las Apariciones y canciones folklóricas. También, con Lambert (en arreglo de éste) la Sonata Dante con orquesta, porque a Kentner no le asustaban las exploraciones.

Algunos de sus maravillosos 78rpm permanecen insuperados y otros siguen manteniendo gran predicamento.

Los Impromptus de Chopin; la mejor Polonesa Fantasía que hemos escuchado en discos; Façade de Walton; un impresionante Vals de Naila de Delibes/Dohnanyi, cerca de Kilenyi o Backhaus; obras de Liszt, que tocaba como pocos (Feux follets, Bendición de Dios en la soledad, La leggierezza, Venezia e Napoli, Un sospiro y tantas más). Cuando grabó, en LP, los grandes integrales lisztianos, conservó su distintiva elegancia y poder, aunque perdiera algo de ardor.

El Concierto KV414 de Mozart con Beecham es otro ejemplo elocuente de su versatilidad.

Grababa, como pionero que fue, obras raras en los años treinta, como la Revérie o una de las Mazurkas de Balakirev, su Islamey y Nocturnos de Field.

Ya en Alemania circulaban discos de 78 vueltas de "Ludwig Kentner" (habían germanizado su nombre!), acompañando a Erica Morini. Por supuesto, también en los treinta colaboró con Lener en Sonatas de Beethoven, y con Riddle, Pini y Kell en Tríos de Brahms, Mozart y Dvorak. Grabó también obras para dos pianos de Liszt que raramente se escuchan; los Trascendentales de Liapounov (dos veces) y una Sonata de Balakirev.

En fin, frecuentó un repertorio que bien le habría convertido en un diccionario viviente y sonoro del piano. Todos sus discos son altamente representativos de un grande del teclado al que muchos cortos de vista consideraron, "simplemente", un buen acompañante. Finalmente, una edición en CD (APR) de la Sonata Nº 29 de Beethoven permite imaginar con cuanta seriedad e introspección debe haberse paseado por las 32.

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