SAMUEL FEINBERG (1890-1962) se graduó en el Conservatorio de Moscú en 1911 y desde 1922 enseñó en esa casa. Fue reputado maestro y pianista. Sus versiones en discos con música de Bach (el Clave completo) son sublimes, acaso a la altura de un EDWIN FISCHER, con un toque sereno y un sonido plástico y sumamente cálido. Su visión de Scriabin, empero, al menos en dichas placas, es de un ascetismo que le quita vida a las interpretaciones. Pero no deben ser exponente fiel de su genio, porque el compositor lo ungía como uno de sus mejores intérpretes.
El legato de Feinberg era supremo, y su sentido del color mostrado sin sentir la inexplicable vergüenza de los puristas que tocan obras para clave en el piano moderno, convierten a los 48 Preludios y Fugas en un manjar apetitoso, lejos de la aridez preconizada por ciertos "estilistas". Hacemos hincapié en la similitud entre su concepto y el del gran padre de la interpretación de Bach en piano, Edwin Fischer, porque ambos se apartan sensiblemente de la forma en que se tocaba antes de ellos y de la que se utilizó desde ellos. Cierto es que Gieseking ha dejado impreso un Clave Bien Temperado de antología, austero y con poco pedal, aunque con una digitalidad y claridad expositivas sorprendentes. También Richter en su monumental aporte (en vivo y en estudio, ambos ya en CD) presenta la arquitectura y la ortodoxia.
Pero, al no haber grabado Meyer o Kempff el integral del Clave, las pocas muestras que nos quedan de romanticismo controlado y amplitud humanística que en órgano cultivaba Albert Schweitzer son las de Fischer y Feinberg, precisamente.
El legato de Feinberg era supremo, y su sentido del color mostrado sin sentir la inexplicable vergüenza de los puristas que tocan obras para clave en el piano moderno, convierten a los 48 Preludios y Fugas en un manjar apetitoso, lejos de la aridez preconizada por ciertos "estilistas". Hacemos hincapié en la similitud entre su concepto y el del gran padre de la interpretación de Bach en piano, Edwin Fischer, porque ambos se apartan sensiblemente de la forma en que se tocaba antes de ellos y de la que se utilizó desde ellos. Cierto es que Gieseking ha dejado impreso un Clave Bien Temperado de antología, austero y con poco pedal, aunque con una digitalidad y claridad expositivas sorprendentes. También Richter en su monumental aporte (en vivo y en estudio, ambos ya en CD) presenta la arquitectura y la ortodoxia.
Pero, al no haber grabado Meyer o Kempff el integral del Clave, las pocas muestras que nos quedan de romanticismo controlado y amplitud humanística que en órgano cultivaba Albert Schweitzer son las de Fischer y Feinberg, precisamente.
Gould es un original "per se ", y Gulda respetuoso aunque por momentos excesivamente motriz. Es evidente que la línea de tocar a Bach como lo hacen Fischer y Feinberg solamente la hallará Usted en la Partita en Si Bemol de Renard, en la misma obra grabada por Blanca Selva, en los pocos Preludios que dejara en discos Kempff, en alguna de las aisladas grabaciones de Horszowski (especialmente las de Prades) o en todos y cada uno de los viejos discos de la irrepetible Meyer. Las grabaciones de Feinberg con música de autores rusos (escasas) son prototípicas. Y por último, llamamos la atención del lector sobre versiones schumannianas de Feinberg (Humoreske, Allegro Op.8, Escenas del Bosque), en las que es fino y directo traductor del romanticismo, con una visión que -por momentos- es la que tiene Richter, pero con una mayor preocupación colorística, y con tempi más alzados y, consecuentemente, enfatizando en los raptos con ímpetu mayor que su colega. Sus discos de Beethoven merecen analizarse. Su libro “El piano como arte” es una joya.
GRIGORY GINSBURG (1904-1961) fue uno de los pianistas rusos olvidados fuera del ex-bloque del Este hasta hace unos años. En efecto, los rusos en su necesidad de competir en los mercados discográficos, exhumaron parte de sus archivos en dirección a Occidente. Una pléyade de pianistas rusos y de otras repúblicas fue casi conocida por primera vez. En el caso de la mayoría de sus artistas propios, se trata de centenares de tomas de estudio y presentaciones radiales y en vivo que han enriquecido el conocimiento de quienes no tuvieron antes (a veces por conductos sofisticados), la posibilidad de acceder a esos legados. Cuando de otros artistas se trata, especialmente alemanes, no son los discos que hoy se están conociendo otra cosa que una parcial y avara restitución de las decenas de miles de horas de sonido (música y palabra) que los rusos saquearon en su depredación de Alemania al terminar la Segunda Guerra Mundial. Lo lamentable no es que hayan tenido reciprocidad con lo que hicieron los alemanes en todos los países por ellos ocupados; ni siquiera que hayan demorado en comenzar a devolver lo que robaron. Lo que es realmente penoso es que los rusos en ningún momento han dado a conocer listas fidedignas de sus saqueos, por lo que muchos incunables tesoros pueden haberse perdido para siempre. Porque no sabemos qué se llevaron y qué porciones de esos archivos se las quedaron en su poder los funcionarios de turno (dependiendo ahora de lo que entiendan sus familiares y herederos en la materia). Ginsburg estudió en el Conservatorio de Novgorod y debutó en concierto en 1924 siendo aceptado en las clases del célebre Goldenweiser. En 1927 obtuvo el 4º Premio en el Concurso Chopin de Varsovia (ganado ese año, inexplicablemente, por el insípido Oborin).
Se estableció en Berlín hasta 1929, en que volvió a Rusia para enseñar en el Conservatorio de Moscú por décadas, con una singular cantidad de alumnos reconocidos.
Su repertorio era inmenso y se destaca entre los pianistas compatriotas por no haber permitido jamás que la política se inmiscuyera en sus programas (de hecho ejecutaba a Gershwin frecuentemente). Fue un grande por méritos propios, no un “pianista del régimen”, como otros que veremos más adelante. Su estilo se enlaza con los grandes patriarcas como Rosenthal, von Sauer o Lhevinne.
Tenía una técnica inmensa y era transcriptor de sus obras que, luego, ejecutaba ante el público. Abogó por muchos músicos modernos en su tiempo, por maestros de América y cultivó los clásicos, barrocos e impresionistas con igual desenvoltura.
Claro que la relativa carencia de registros suyos hasta hace muy poco, ha hecho que su nombre sea una especie de idea no concretada. Pero hay un compilado de transcripciones propias y de Liszt, Weber, Godowsky, Grünfeld, Tausig y Schulz-Evler que lo cautivarán. Escuchará al inmenso dominio del teclado que es un dechado de honestidad, con un sonido hermoso, un legato pastoso y una agilidad digna de Petri, aunque con un caudal sonoro menor. Con calidad despareja hemos podido investigar sus Estudios de Chopin en versión muy musical pero carente de carácter. Sus Rapsodias Húngaras de Liszt nos vuelven a poner en presencia de un virtuoso que nunca fuerza los volúmenes sonoros (quedando a la zaga de otros pianistas que también agregan a la destreza de Ginsburg, su propio carácter sonoro, que no es otra cosa que el de Liszt). En definitiva, Ginsburg es tan honesto que ve todo con el prisma de sonido pequeño. A pesar de haber vivido hasta la segunda mitad del siglo 20, Ginsburg puede ser considerado un pianista de antaño por su formación, elegancia y medios. Su pureza digital a la vez que sus limitaciones sonoras, emparentan a Grigory Ginsburg con otro grande del teclado: Alexander Borowsky. Recientemente y gracias a los archivos rusos a los que hoy se tiene acceso, ha sido ampliado su catálogo de grabaciones para la posteridad.
Se estableció en Berlín hasta 1929, en que volvió a Rusia para enseñar en el Conservatorio de Moscú por décadas, con una singular cantidad de alumnos reconocidos.
Su repertorio era inmenso y se destaca entre los pianistas compatriotas por no haber permitido jamás que la política se inmiscuyera en sus programas (de hecho ejecutaba a Gershwin frecuentemente). Fue un grande por méritos propios, no un “pianista del régimen”, como otros que veremos más adelante. Su estilo se enlaza con los grandes patriarcas como Rosenthal, von Sauer o Lhevinne.
Tenía una técnica inmensa y era transcriptor de sus obras que, luego, ejecutaba ante el público. Abogó por muchos músicos modernos en su tiempo, por maestros de América y cultivó los clásicos, barrocos e impresionistas con igual desenvoltura.
Claro que la relativa carencia de registros suyos hasta hace muy poco, ha hecho que su nombre sea una especie de idea no concretada. Pero hay un compilado de transcripciones propias y de Liszt, Weber, Godowsky, Grünfeld, Tausig y Schulz-Evler que lo cautivarán. Escuchará al inmenso dominio del teclado que es un dechado de honestidad, con un sonido hermoso, un legato pastoso y una agilidad digna de Petri, aunque con un caudal sonoro menor. Con calidad despareja hemos podido investigar sus Estudios de Chopin en versión muy musical pero carente de carácter. Sus Rapsodias Húngaras de Liszt nos vuelven a poner en presencia de un virtuoso que nunca fuerza los volúmenes sonoros (quedando a la zaga de otros pianistas que también agregan a la destreza de Ginsburg, su propio carácter sonoro, que no es otra cosa que el de Liszt). En definitiva, Ginsburg es tan honesto que ve todo con el prisma de sonido pequeño. A pesar de haber vivido hasta la segunda mitad del siglo 20, Ginsburg puede ser considerado un pianista de antaño por su formación, elegancia y medios. Su pureza digital a la vez que sus limitaciones sonoras, emparentan a Grigory Ginsburg con otro grande del teclado: Alexander Borowsky. Recientemente y gracias a los archivos rusos a los que hoy se tiene acceso, ha sido ampliado su catálogo de grabaciones para la posteridad.
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