martes, abril 15, 2008

Cuando destreza y musicalidad van juntas


SIMON BARER (1896-1951)tuvo la desgracia de nacer en un hogar necesitado, al que dada su habilidad precoz ya mantenía dando conciertos en cafés y locales noc­turnos siendo un niño. Cuando su madre murió, cumpliendo su deseo de que el joven siguiera estudiando, puso a sus dos hermanas al cuidado de amigos comunes y se fue a San Petersburgo. Un algo duro y florido caballero le recibió en el Conservatorio y le pidió que tocase algo. Las versiones del adolescente de Rigoletto de Verdi/Liszt y el Estudio en Do sostenido menor de Chopin sacaron al interrogador de quicio. No era otro que Glazounov, que inmediatamente le pidió a Simon que repitiera sus electrizantes versiones en otra sala, para beneficio de dos damas, que deberían escucharle: los puntos fuertes del Conservatorio, Essipova y Vengerova. La Essipova, a partir de 1911, le enseñó con celo, haciendo de su mecanismo algo natural. Luego pasó a estudiar con Blumenfeld, también maestro de Horowitz, Grinberg y Gauk.

Al parecer fue Blumenfeld quien inculcó en Barer y en Horowitz la caracterís­tica de frasear con gran sensualidad y refinamiento. Glazounov lo protegió permanentemente, tal era la devoción que había depositado en sus dones. Por empezar, le hizo ingresar al Conservatorio siendo judío (lo que estaba prohibido). Y luego se aseguró que Barer permaneciera en el recinto siete años, muy por encima de lo permitido, para evitarle el servicio militar y el riesgo de muerte. Una prueba breve de lo que opinaba el compositor sobre el joven lo da su aserto: "Barer es Franz Liszt en una mano y Anton Rubinstein en la otra". En 1919 recibió el Premio Rubinstein y fue nombrado profesor en el Conservatorio de Kiev.

La vida de Barer fue una sucesión de desventuras, perjuicios y mala suerte. Sus éxitos furibundos del comienzo se vieron trabados por el hecho de que se vio obligado a ser un itinerante dentro de Rusia, ya que no se le permitió salir hasta 1929. El Soviet lo mandó como embajador cultural a Escandinavia, y Barer pudo trabajosamente establecerse en Riga, desde donde consiguió hacer salir de Rusia a su mujer e hijo.

Se estableció en Alemania, donde era casi un dios, y luego debutó en Inglaterra en el 34 (Primer Concierto de Tschaikowsky con Beecham... misma obra y director que en el debut de Horowitz en los Estados Unidos).

Ya grababa discos desde su salida a Occidente, y sus versiones causaban un revuelo singular. Debiendo huir de Alemania por el nazismo, trató de recomenzar una carrera en donde no era conocido, en América, a partir de 1936. Allí, aún en tiempos de preguerra y Segunda Guerra, comenzaron sus exitosas giras por Australia, Nueva Zelanda y Sudamérica. En el Teatro Odeón de Buenos Aires (hoy demolido para hacer un estacionamiento para autos) Rubinstein saltó al escenario para abrazarle después de una de sus memorables ejecuciones. Simon detestaba la forma francesa de escribir su apellido, Barere, que a veces utilizó, porque en muchos de sus discos las mismas compañías editoras lo hacían. Como se estilaba escribir Scriabine para evitar la pronunciación francesa,en el caso de Barer le agregaban una E para evitar la pronunciación inglesa.

Se esperaba, más bien se daba por seguro que Barer comenzaría una carrera sin par al terminar la Segunda Guerra, cuando el mundo tuviera algo de paz y los artistas no tuvieran fronteras. No habría de suceder esto. El 2 de abril de 1951, apareció en el Carnegie Hall de New York para tocar por primera vez en su vida el Concierto de Grieg. Le acompañaban Eugene Ormandy y la Orquesta de Filadelfia. Si un relato puede adquirir contornos de realidad, como si se tratase de una fotografía o de una filmación, el que sigue, de Olin Downes es ejemplo de ello:".. .el Señor Barere (sic) parecía estar a tope. Su solo introductorio fue tocado con brillo. Pero este escritor estaba anonadado por la velocidad de la versión, que parecía extremadamente rápida. Luego viene un pasaje después que los violoncelos han anunciado el segundo tema, de desarrollos discurseados entre el piano y la orquesta. Un momento más tarde, pareció como si el Señor Barere se reclinara hacia un lado, escuchando con especial atención a los instrumentos mientras empastaba su sonido con el de aquellos. Inmediatamente, su mano izquierda cayó del teclado y, un segundo más tarde, cayó de la banqueta al piso. La orquesta se detuvo consternada, alguien desde el escenario demandó por un médico, y con alguna dificultad el hombre inconsciente fue sacado del proscenio".

Barer había fallecido de un derrame cerebral.

Siquiera parcialmente, muy parcialmente diría yo, la tragedia de su temprana desaparición puede verse reparada tanto por sus discos como por las grabaciones en vivo que su hijo puso a disposición del mundo, aunque lamentablemente recién a casi 40 años de muerto el insigne Barer. Entre 1934 y 1935 hizo todos sus (pocos) discos para HMV. Antes había grabado algunas caras para Parlophone y algunos Remington americanos después, muy buscados en su tiempo, con versiones pretendidamente en vivo en el Carnegie Hall, lo que constituye todo su legado. Cuenta su hijo que poco le importaba a Barer la posición de la banqueta, fuera esta alta o baja. Amaba, eso sí, los pianos con acción muy dura y sonido dulce. Para su íntimo amigo Kuttner, su mecanismo era autodidacto y completamente no ortodoxo. Sus manos se veían tan poderosas como las de cualquier otro gran ejecutante pero, al tocarlas, se revelaban completamente suaves. Barer no practicaba nunca (sic), según cuentan sus familiares y amigos. En una ocasión, recibió una llamada de la Academia de Música de Brooklyn, para sustituir a Rubinstein a la tarde siguiente, porque éste había cancelado. Barer tomó nota del programa de su amigo y, salvo por algunas piezas del mismo que nunca había tocado, viajó y se presentó con el recital íntegro, sin haber tocado el piano en tres meses.

Su discografía, oficial y privada (en vivo) nos pone en presencia del mecanismo más grande de este siglo.

No podría coincidir con quienes (envidiosos, como siempre ocurre) dicen que su intelecto musical era limitado. Barer elegía lo que quería tocar, pero hoy día le conocemos en trozos que van desde Bach hasta Scriabin, pasando por Liszt, Schumann, Beethoven, Chopin, Rachmaninov, Glazounov y otros, todos con igual certeza de estilo y ejemplar musicalidad en fraseo y dicción.

Resulta difícil describir su arte en palabras, porque Barer, ya en el escenario, ya en discos, era como una aparición fantasmal, como una reencarnación de alguien muy grande al que no conocimos. Todas sus versiones tienen el común denominador de un legato pastoso y cálido, de una destreza para verter terceras, sextas u octavas casi insuperada y de un volumen generoso, que le permite abordar el f f f con total naturalidad y color. Aunaba lo que muy pocos han conseguido alguna vez en la historia de la interpretación: fuerza con velocidad, virtuosismo con alma, estilo con individualidad.

Para nosotros, nadie ha superado el dominio instrumental de Simon Barer. Nunca olvidará Usted la experiencia de escucharle, por ejemplo, en la Rapsodia Española, la Toccata de Schumann, Islamey, el Estudio para mano izquierda de Blumenfeld o la Fantasía Don Giovanni. Ya no se toca el piano de esta manera.

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