martes, abril 22, 2008

Dos de los cuatro

Posiblemente y a nuestro criterio, los cuatro más grandes directores rusos del siglo pasado hayan sido Khondrashin, Mrawinsky, Dobrowen y Malko. Aquí y ahora nos ocuparemos de dos de ellos.

Cuando el insigne Solomon se anotició de la muerte de su estrecho colaborador y amigo Issay Dobrowen (1891-1953) con el que había grabado tantas placas, dijo que el mundo había perdido a un gran músico. Dobrowen nació en la Rusia zarista en Novgorod. Ya a los cinco años de edad daba recitales de piano. Estudió en el Conservatorio de Moscú con Taneiev y piano nada menos que con Godowsky en Viena. A los 26, él mismo era profesor en el Conservatorio moscovita y en 1919 debutó como director en el Bolshoi. En 1922 estrenó Boris Godunov en Alemania(Dresden):¡ piense el lector que muchos años antes, Toscanini lo había presentado por vez primera en el Metropolitan!

A partir de ese momento compartió en Dresden el podio con Fritz Busch. Se presentó en salas de concierto y operísticas en Berlin, Hallé, Estocolmo, Helsinki y Leningrado. De 1924 a 1927 trabajó en la Volksoper de Viena y el año siguiente fue titular en Sofía y hasta 1931 en Oslo. Al establecerse en los EE.UU. compartió podio con la Sinfo-filarmónica de New York y fue titular (1933-34) con la Sinfónica de San Francisco. Compartió esta actividad con sus legendarios conciertos en Oslo hasta la ocupación nazi de Noruega. Fue titular de la recién fundada Sinfónica de Palestina recibiendo como invitado a Toscanini (ambos profesaban mutua admiración) y dirigió en Budapest (1936-39) y hasta fin de la guerra, en Estocolmo y Göteborg.


Tras la contienda multiplicó sus actividades en toda Europa, teniendo como puntos salientes sus Boris en La Scala y Covent Garden. Muchas de las óperas por él conducidas las producía y escenografiaba él mismo. Fue un compositor prolífico.

Puntales de su profusa discografía: sus impecables e inpiradas colaboraciones con -¡nada menos!- Schnabel, Solomon, Medtner, Huberman, Neveu y Flagstad; sinfonías del repertorio clásico; todo lo que grabara de música rusa(sin excepciones) y su legendario y hoy todavía insuperado Boris con Christoff.


Otra egregia figura de la batuta fue Nikolai Malko (1888-1961) nacido en Brailov y educadocuidadosamente en San Petersburgo con profesores de la talla de Rimsky Korsakov, Glazounov, Liadov y Tcherepnin. Empero, para estudiar dirección fue a Alemania a instruirse con el celebérrimo Felix Mottl. Volvió a Rusia a enseñar y a dirigir.

Entre 1926 y 1929 fue titular de la Ópera y la Filarmónica de Leningrado donde sucedió a Glazounov. Estrenó en 1926 la 1ª Sinfonía de Shostakowitsch y luego paseó su arte por toda Europa y los EEUU estrenando obras de Prokofiev y Shostakowitsch. Se radicó en Londres, viajó a Sudamérica y fue titular de la Ópera Real de Dinamarca (1928-32), país que lo veneraba como propio. Entre 1932 y 1955 volvió regularmente a esa tierra. Toda la 2ª Guerra Mundial se exilió en EE.UU. cuya ciudadanía tomó en 1946. Allí dio conferencias y dirigió orquestas principales, destacando sus conciertos de verano en Chicago. Yorkshire (Inglaterra) lo tuvo como titular de su orquesta entre 1954 y 1956. Su último periplo lo llevó a Sydney (1956 hasta su muerte).


Admirable su claridad, balance y estilo. Se lo asocia, lógicamente, con las magníficas versiones de música rusa pero debemos destacar sus interpretaciones de los clásicos, de Haydn a Brahms.
De su profusa discografía mencionamos sus definitivas Scheherezade y las últimas sinfonías de Tschaikowsky; una increíblemente autoritaria 9ª de Beethoven; toda la profusa cantidad de grabaciones de música rusa y algunas piezas de Mendelssohn, Grieg y Sibelius, con total comprensión del lenguaje. Para enamorarse de este hoy olvidado genio basta con escuchar su Scheherezade, la Sinfonía Oxford de Haydn o sus colaboraciones con Moura Limpany, seudónimo adoptado por esa gran pianista.

Dobrowen y Malko, del siglo 19, perduran hoy y es nuestro deber que estén al alcance de aficionados y profesionales.

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