miércoles, abril 09, 2008

Idiosincracia- Nacionalidad - Afinidad

Mucho se ha escrito (sobre intérpretes musicales) sobre la influencia de la nacionalidad del recreador en relación a la nacionalidad del compositor y las afinidades. Supónese, en esos dislates, que un italiano no habría de comprender a Beethoven, Brahms o Wagner, alemanes ellos; o a un ruso como Tschaikowsky. Toscanini los desmiente. O que los alemanes no comprenderían a Verdi, por ejemplo. Busch o Furtwängler en Otello o Boehm en Macbeth echan por tierra con dichos gazapos célebres. Y hay decenas de otros ejemplos para citar, lo que no haremos por falta de espacio.

Pero es cierto que, verbigracia, hay una idiosincrasia nacional para interpretar música, mezcla de formación, estudios, formas de vivir e influencias, en un cóctel desordenado largo de elucubrar. Richard Strauss y von Weingartner, alemanes, presentan el enfoque directo, objetivo y sin rebuscamientos. Furtwängler el subjetivismo fascinante con algo de indisciplina romántica. Busch, Walter y Kleiber, más cercanos a los primeros que al segundo, la forma fina, elegante pero contundente de dirigir. Y así ad infinitum. No hay intérpretes con la universalidad total ni totalmente perfectos.

Hans Knappertsbusch (1888-1965) destilaba desde su cerebro hasta la punta de su batuta la más pura y usualmente caracterizada idiosincrasia alemana, si aceptamos los rótulos.

Nacido en Elberfeld ya de niño conducía orquestas escolares. Doctorado en filosofía estudió dirección orquestal, entre otros, con Steinbach. Debutó en 1911 y al año siguiente ya presentaba un Festival Wagner en Holanda. Knappertsbusch es considerado el epítome de Bayreuth y de la interpretación wagneriana.

Hasta llegar en 1922 a Munich dirigió virtualmente en todas las ciudades alemanas en las que hubiera una orquesta. Hitler en persona se ocupó de prohibirlo por su manifiesto anti nazismo y se le negó el permiso para dirigir en el Covent Garden por invitación de Beecham (finalmente consiguió llegar y dirigir Salomé). Desde entonces solamente dirigió en países no fascistas hasta llegar a Bayreuth en la posguerra. Allí condujo representaciones legendarias aunque despreciando las producciones escénicas nuevas. Fue puntal en la Opera de Munich.

Si bien se ocupó sinfónicamente de los barrocos y clásicos, su grandeza casi inigualada se escucha en Bruckner y su real estatura en la ópera. En la música ligera vienesa es maravillosamente espontáneo y original.

Muchas anécdotas hablan de su carácter amable, de sus respuestas punzantes y de su desagrado por los ensayos.

Sus músicos de la Filarmónica de Viena como de Munich lo adoraban. En un ensayo con otro director en la primera de las orquestas mencionadas, un ujier se aproximó a Willi Boskowsky y le susurró algo al oído. El concertino se puso de pie y dijo con voz grave: “Papá Kna ha muerto”. Todos de pie hicieron tres minutos de silencio con ojos llenos de lagrimas. Había desaparecido el último “director típicamente alemán”.




Knappertsbusch en Bayreuth con los nietos de Richard Wagner, Wolfgang y Wieland


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